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EL AVARO DE MOLIÈRE | CRÍTICA DE TEATRO

El brillo de Atalaya

Una escena de 'El avaro de Molière' de la compañía Atalaya

Una escena de 'El avaro de Molière' de la compañía Atalaya / Gerardo Sanz

Hay en ‘El avaro de Molière’ de Atalaya-Iniesta una suma rotunda de cuarenta años de experiencia y de una juventud fresca aportada por sus intérpretes que hacen del último espectáculo de la compañía sevillana una puerta a un nuevo futuro. Ricardo Iniesta ha sido siempre un autor. Su obra, ya extensa, ha estado marcada por el compromiso, por uso de la realidad teatral como herramienta para el cambio social unido a una imaginería estética que le ha dado su sello y la certeza, siempre, de que lo que ofrecía era fruto de un laborioso trabajo de estudios, ensayos y trabajo extenuante.

Atalaya homenajea a Molière en su cuarto centenario (Iniesta es famoso por su amor a los números, a las cifras que maneja también como utilería de sus montajes). La comedia del francés le sirve para deshacerse de prejuicios y se mete a fondo en ella hasta casi dejarla en su esqueleto. Ha cambiado los nombres, sus personajes se llaman Florentino, Mariano, Cayetana (que habla con acento argentino), Froilán y Leonor. En la trama hay un desahucio que entronca absolutamente con la realidad de España donde se ha vivido un desequilibrio social desde la crisis del 2008 luego alimentada por el Covid. Iniesta se arremanga y sin perder ni un ápice de su intelectualidad introduce estos temas en su versión de ‘El avaro’.

Ha elegido la fórmula de la comedia musical pero no de la que se puede ver en la Gran Vía de Madrid, sino la que entronca con La ópera de los tres centavos de Brecht que la misma compañía montó en 2006 pero en esta ocasión la música de Luis Navarro y los coros de Marga Reyes y Lidia Mauduit suenan desde una efervescencia que provoca la empatía y busca el divertimento.

La historia de El avaro es el retrato de la codicia, de la mezquindad, de la acumulación de riqueza y que lleva asociada la despreocupación por el que carece de lo mínimo elemental. Harpagón, el protagonista, es un ser viscoso al que Carmen Gallardo le da su cuerpo como si de una médium se tratase. Esta fabulosa actriz recoge un arquetipo y nos devuelve a un ser de carne y hueso llenándolo de mohines que lo convierten en humano. Hay que nombrar a todos sus compañeros para hacer justicia de la pitagórica propuesta de Iniesta donde todos hacen de un sinfín de personajes en una cascada inacabable de cambios de vestuario y entradas y salidas. Selu Fernández, María Sanz, Enmanuel García, Garazi Aldasoro, Silvia Garzón, Raúl Vera y Lidia Mauduit. En este montaje todos brillan. El texto de Molière permite que disfrutemos de ellos como nunca lo habíamos hecho antes. En el caso de Enmanuel García hay que resaltar que aún siendo uno de los recién llegados demuestra una magnífica fisicidad en su papel de pretendiente de la hija de Harpagón.

Las propuestas escenográficas de Atalaya siempre son espectaculares, marcan a la obra, le dan el sello. De las bañeras de Electra hemos pasado a estas nueve puertas, que, como plumas, aligeran el escenario y permite el juego de toda comedia en ese abrir y cerrar goznes que en este género equivalen a la sorpresa. Son las puertas de Lewis Carroll de Alicia, son las puertas de la comedia de enredos, pero son, también, la genialidad de un Iniesta en su mejor momento creativo.

La iluminación de Alejandro Conesa juega con los oscuros creando imágenes de gran espectáculo. El vestuario de la multipremiada Carmen de Giles y Flores de Giles embellece, estupendo el traje de novia de Belisa, y llena de color el escenario de esta comedia reivindicativa. Magnifico el trabajo de maquillaje y peluquería de Rocío Ponce. Rematan las acertadas coreografías de Juana Casado y Lucía You que llenan de brillantez los movimientos de los actores y actrices.

Atalaya ha bajado a la tierra, ha destilado sus Lorcas, sus valleinclanes y ha jugado con la Commedia dell'Arte y el cine cómico. Le ha puesto nombres a la denuncia y nos ofrece un espectáculo compacto, divertido y lleno de buenas interpretaciones manteniendo la indeleble marca Atalaya.

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