Ad libitum | Crítica de teatro

Todo es bueno en ella

Antonio J. Campos, Rafa Rivera y Rafa Campos la santísima trinidad que forma Lapso Producciones

Antonio J. Campos, Rafa Rivera y Rafa Campos la santísima trinidad que forma Lapso Producciones / Pepo Herrera

El teatro Central se quedó pequeño para el inmenso talento que derrocharon los tres intérpretes de Lapso Producciones, Rafael Rivera y los hermanos Antonio J. y Rafa Campos. Nietos directos de Les Luthiers demostraron ser los mejores en su terreno: la divulgación musical a través del humor y una imaginación desbordada fruto del enorme conocimiento teórico-práctico sobre la música clásica que poseen.

Unidos como Lapso Producciones desde 2003 tienen más de una decena de espectáculos propios y han colaborado con el mundo del cine y otras compañías teatrales convirtiéndose en estos años en cómplices necesarios de la historia de las artes escénicas de Andalucía.

Con Ad libitum la compañía sevillana roza el cielo. Se han reunido de los mejores, Carmen Mori, Diego Cousido, en la técnica, con una iluminación brillante que roza el concierto de pop con la ensoñación de los cuentos,  Carmen de Giles y Flores de Giles y Kica Peluqueros con una recreación en el vestuario y peluquería que sintetizan la esencia de siglos de música. El acabado hizo las delicias de un público familiar en el que niños, niñas y padres nos convertimos en ratoncitos que seguíamos felices la flauta de Hamelín.

Como decía la canción de Claudina y Alberto Gambino “Todo es bueno en ella, nada hay que tirar. A una isla desierta todo hay que llevar”. La santísima trinidad formada por Rafa Rivera, magnífico clown de humor blanco, y Antonio J. Campos y Rafa Campos, más ejecutores, se adueñan de esta clase magistral de música clásica dónde todo está medido, la duración de las piezas, la excentricidad de los artilugios inventados por ellos, las anécdotas salpicadas por toda la pieza haciendo que caigamos embelesados en el mundo de la música clásica sin saber que estamos en ella. Hacen más por la música estos tres artistas que cuarenta conciertos de Año Nuevo.

Solo había que mirar las caras de las niñas y niños, su participación, sus ganas de jugar y, sobre todo, la sensación de que ellos también podían hacer música para aceptar que estábamos ante un espectáculo completo, redondo, de esos que hacen historia.

Los instrumentos, fruto de ingeniería divertida y musical, se convierten en parte de la escenografía zambulléndonos en la fábrica de chocolate de Willy Wonka: el tripticó fonotuboidal con el que hacen la Obertura popurrí uniendo a Bach, Händel, Mozart y Beethoven. O el camparillón para afrontar el concierto nº 1 Op. 23 de Tchaikovsky o el cátering melódico, el vidrioncello y el vidriolín copodivarius para afrontar el cuarto movimiento del Himno de la alegría de Beethoven. Sólo con escribir esto me vuelvo a sentir niño y recuerdo la felicidad que viví como espectador.

La hora que dura Ad libitum se convierten en los mejores sesenta minutos de disfrute de un final y principio de año en el Central. Aprovechen que todavía pueden disfrutar de este espectáculo hasta el 4 de enero.

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