Salir al cine
IA y cine: el sueño de las máquinas
Un médico rural | Crítica
Un médico rural. Pequeños relatos. Franz Kafka. Trad. y epílogo de Luis Fernando Moreno Claros. Acantilado. Barcelona, 2024. 192 págs. 14 €
Kafka escribe la mayoría estos relatos en el callejón del Oro, en la antigua calle de los Alquimistas de la ciudad de Praga. Ello ocurre entre finales de 1916 y primeros de 1917, gracias a la generosidad de su hermana menor Ottla, quien le facilitará su pequeña vivienda para escribir sin molestias. El libro donde se recogen tales relatos no se publicaría, sin embargo, hasta 1920, dados los retrasos y dificultades impuestos por la guerra. Como recuerda Moreno Claros en su “Epílogo”, Kafka había publicado antes algunos de sus textos: En la colonia penitenciaria, El fogonero y La transformación, conocida hasta hace unos años como La metamorfosis. De estos tres, solo En la colonia penitenciaria guarda un rastro preciso de la conmoción bélica de la Gran Guerra; su terror, bárbaro y ceremonioso, posee una naturaleza punitiva y técnica. Los relatos de Un médico rural se hallan, por su parte, más cercanos a un onirismo oriental, de carácter fabuloso.
Dos ideas rigen la obra de Franz Kafka, según Borges. La subordinación es la primera de las dos; el infinito, la segunda
No sorprenderá el lector que la literatura de Kafka haya sido profusamente abordada desde la óptica psicoanalítica. El término kafkiano bien pudiera aludir a ciertos episodios e incongruencias propias del sueño. En cualquier caso, ceñir la originalidad de Kafka a una efusión incontrolada del subconsciente no parece particularmente acertado. Según señalaba Borges en su traducción de La metamorfósis: “Dos ideas -mejor dicho, dos obsesiones- rigen la obra de Franz Kafka. La subordinación es la primera de las dos; el infinito, la segunda”. Hoy podríamos añadir algunas categorías más: la claridad y lo arbitrario. Una de las singularidades de la literatura de Kafka es el modo en que expresa sencillamente cuestiones que propician la perplejidad o el temor. De ahí, sin duda, la insistencia en vincularlo con el psicoanálisis y el contenido oculto que parecen albergar sus relatos. Más preciso sería, sin embargo, relacionar su obra con la propia arboladura de lo onírico. Cuando Kakfa escribe sus relatos ya lleva en curso algunos años la prosa psicoanalítica (La interpretación de los sueños se edita en 1899); pero sobre todo, se ha popularizado el propio relato de lo soñado, y la consecuente claridad expositiva de un contenido absurdo, maleable y problemático.
A este respecto, el relato que da título al volumen es ejemplar. El médico rural es una narración de apariencia esquemática que alberga, entre los pliegues de lo sucedido, una enigmática y voluble irracionalidad. Esto mismo es aplicable a relatos como “Un sueño”, “Una vieja hoja”, “Ante la ley” y “Un mensaje imperial”. En los tres últimos se añade una sugestión oriental que se vincula verosímilmente con el Imperio chino. “El médico rural”, sin embargo, acaso provenga de alguna de las Leyendas de los jasidim, de Eliasberg, según se establece en el “Epílogo”. También recuerda Moreno Claros un autor alemán fuertemente fantástico del XVIII, E.T.A. Hoffmann, cuyo carácter amenazador llevó a Freud a tratar el problema de lo umheimlich, de lo siniestro, en 1919, apoyado en un cuento de su autoría: El hombre de la arena. La categoría de lo oriental, en todo caso, tan común en el entresiglo del XIX al XX, contiene dentro de sí cierta idea de la arbitrariedad, derivada de un poder sumo, donde despotismo y azar pudieran hermanarse con lo fantástico. En este sentido, la tradición hebrea a la que alude Moreno Claros no está lejos de las traducciones dieciochescas de Las mil y una noches que glosará el propio Borges. Y tampoco de la existencia de la Sublime Puerta (véase Chacales y árabes) que caerá con estrépito, junto al Imperio austro-húngaro, al término de la Gran Guerra.
El último relato, “Un informe para la Academia”, tampoco puede deslindarse de este vago exotismo oriental, ya mencionado, cuya existencia implica el precedente del explorador, del científico y del aventurero. ¿Es este informe, cuyo autor es un mono humanizado, una alusión burlesca a la teoría de Darwin que sugiere al mono como eslabón rudimentario de una infinita cadena? He aquí lo que escribe Freud en La guerra y la muerte, publicado en 1915. Según herr Sigmund, “descendemos de una larguísima serie de generaciones de asesinos que llevaban el placer de matar, como quizá aún nosotros mismos, en la masa de la sangre”. Esta misma evidencia es la que había dramatizado Kafka un año antes En la colonia penitenciaria. La imaginativa crueldad del hombre para fabricar la muerte.
Una imagen común del siglo ilustrado, muy usada por Diderot, y que llegaría a Larra, es la de disipar la tiniebla (de la ignorancia), con la luz o la antorcha de la razón (dieciochesca). Esto mismo es lo que pretenderá, al modo arqueológico, Sigmund Freud, cuando se abisme el las angostas grutas del subconsciente para extraer una verdad razonable y traumática. Es sabido, en todo caso, que Freud extrajo su método clínico del médico y político italiano Giovanni Morelli -así lo reconoce en su análisis de El Moisés de Miguel Ángel-, quien había aplicado una técnica indiciaria a las obras artísticas para validar su autenticidad, con la consiguiente consternación de los museos de Europa. Esta misma disposición de los hechos, reobrada por la literatura, es la que Kafka dispone ante el lector, con extrema sencillez, para traer aquello que Freud quería desvelar, pero que en Kafka presenta su vibración más pura y enigmática. Digamos que Kafka enuncia con claridad una verdad equívoca, una fenomenología de lo fantástico, tras la que Freud sospecha lo terrible.
También te puede interesar
Salir al cine
IA y cine: el sueño de las máquinas
REAL ORQUESTA SINFÓNICA DE SEVILLA | CRÍTICA
Colores y emociones en las cuerdas
Lo último