Lo íntimo, lo doméstico, lo extraño
Solistas de la ROSS | Crítica
La ficha
SOLISTAS DE LA ROSS
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XXXVI Ciclo de Música de Cámara de la ROSS. Concierto 2. Uta Kerner, violín; York Yu Kwong, violín (en Dvořák) y viola; Orna Carmel, violonchelo; Elena Braslavsky, piano.
Programa
Antonín Dvořák (1841-1904): Bagatelas para dos violines, violonchelo y armonio (piano) Op.47 nos. 1, 4 y 5 [1878]
Gustav Mahler (1860-1911): Cuarteto con piano en la menor [1876]
Ludwig van Beethoven (1770-1827): Cuarteto para piano y cuerdas en mi bemol mayor Op.16a [Transcripción del Quinteto para piano y vientos Op.16; 1796]
Frank Bridge (1879-1941): Fantasía para cuarteto con piano en fa sostenido menor H.94 [1910]
Lugar: Espacio Turina. Fecha: Domingo, 16 de noviembre. Aforo: Media entrada.
El segundo concierto del ciclo de cámara de la ROSS reunió un repertorio variado y poco habitual, articulado en torno a obras que exploraron distintas modulaciones de lo íntimo, y lo hicieron con continuos cambios expresivos. Tres solistas de cuerda de la orquesta junto a la pianista invitada Elena Braslavsky mostraron en todo momento sobrada solvencia interpretativa, apoyada en la claridad de las líneas y el equilibrio.
Las tres Bagatelas (1, 4 y 5) extraídas de las cinco que forman la Op.47 de Dvořák sirvieron para abrir la matinal con un tono de cercanía y calidez afectuosa, acaso derivada de la raíz folclórica de de las piezas, y un colorido que estalló sobre todo en el Poco allegro del final, de una chispa que el cuarteto (con York Yu Kwong como segundo violín) quiso más bien contenida. La atmósfera cambió por completo con el juvenil Cuarteto para piano y cuerda de Mahler, obra en un solo movimiento pero llena de intuiciones expresivas. Aquí los intérpretes enfatizaron la potencia del sonido y afilaron las articulaciones, logrando un relieve más incisivo y un dramatismo febril que contrastó con la cordialidad dvorakiana. La vivacidad del fraseo y el intencionado brío de la interpretación llevó a la violinista Uta Kerner a bordear la estridencia, aunque sin caer nunca en ella. Fue una versión en tono expresionista, muy cargada de referencias dramáticas.
Todo volvió a cambiar con el Cuarteto Op.16a de Beethoven –adaptación del propio compositor de su Quinteto para piano y vientos–. El cuarteto subrayó el carácter mozartiano de la obra y la elegancia clásica del discurso, pecando acaso de cierta blandura en la articulación y los acentos, lo que hizo que la tensión cayera en algún momento, singularmente en un Andante central muy cantable, sí, pero más plano de lo esperado. No faltó flexibilidad en el fraseo, pero acaso sí contrates dinámicos y un piano algo más ligero y sinuoso, menos rocoso. La Fantasía en fa sostenido menor de Frank Bridge permitió cerrar el concierto con un giro hacia un lenguaje más libre, rítmicamente más vivo y de mayor expansión sonora. Los intérpretes resolvieron la obra con trazo firme, manteniendo la cohesión en las secciones más tensas y dando espacio a la respiración melódica en los momentos de apertura lírica, en los que brilló muy especialmente el cello de Orna Carmel. La pieza, una curiosa mezcla de arrebato centroeuropeo y exquisitez francesa (“Brahms felizmente templado por Fauré”, dijo Britten) que combina carácter cíclico con voluntad rapsódica, se impuso sobre todo por por su originalidad expresiva, la frescura de su escritura y una modernidad contenida que, sin quebrar la tradición, abrió espacios de libertad que el cuarteto protagonista supo sostener con convicción.
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