La cancelación como fracaso
La cultura dela cancelación en Estados Unidos | Crítica
Alianza publica, en su formato de bolsillo, 'La cultura de la cancelación en Estados Unidos', obra excelente, documentada y perspicaz de la periodista italiana Constanza Rizzacasa, sobre el origen de esta práctica de exclusión social, hoy trasplantada a Europa
La ficha
La cultura de la cancelación en Estados Unidos. Constanza Rizzacasa d'Orsogna. Trad. Manuel Cuesta Aguirre. Alianza. Madrid, 2023. 336 págs. 13,50 €
La periodista del Corriere della Sera, Constanza Rizzacasa d'Orsogna, compone esta obra oportuna, rigurosa y ecuánime sobre la cancelación, explicada allí donde tal fenómeno tuvo su origen: los EE. UU. en sus tres últimas décadas. Dicha ecuanimidad, sin embargo, no viene referida a un reparto de culpas entre los actores en liza, sino al modo escrupuloso en que Rizzacasa data y consigna el nacimiento de tal comportamiento y sus distintas repercusiones sociales. Repercusiones que alcanzarán Europa a modo de “cancelación”, “batalla cultural”, “cultura woke”, etcétera, pero cuyos condicionantes son ineludiblemente otros. En tal sentido, la fractura racial que Rizzacasa sitúa en la base de la cancelación norteamericana, y que comporta, a su juicio, una profunda rotura del cuerpo civil, acaso irreversible, no es de aplicación a la Europa que cancela y dice batallar a favor o en contra de lo woke (un termino afroamericano, por otra parte, que más tarde se vincularía al movimiento Black Lives Matter).
La obra de Rizzacasa alberga, pues, una triple intención. Una primera y más obvia, la de documentar la destrucción de la vida académica que la cancelación implica, y que afecta tanto al profesorado como a disciplinas y autores cuyos recipiendarios consideran inadecuados o tóxicos. Una segunda cuestión, vinculada íntimamente a la primera, es la prohibición de numerosas obras, en un sentido u otro, y a cuyo fondo se trasluce el problema del esclavismo y su consideración histórica. Este es un problema que concierne, en primer término, al ámbito educativo, pero también a la perpetuación de una fractura social entre blancos y negros, que conduce, por ejemplo, a lectura extemporánea de autores decisivos, como el propio Twain y su obra Las aventuras de Huckleberry Finn, a quien se considera, contra toda evidencia, un autor racista. Una tercera intención, ya insinuada, es la interpretación equívoca o superficial que de este proceso se haya hecho en Europa, y que no hace sino repetir, con causa distinta, un mismo efecto.
A esta última cuestión -el entusiasmo con que la sociedad se arroja a la persecución y el ostracismo del disidente-, habrán contribuido, sin duda, los propios mecanismos de las redes sociales; pero también, a juicio del abogado Greg Lukianoff, citado por Rizzacasa, la sobreprotección de las últimas generaciones -el safetyism-, cuyo resultado es una acusada intolerancia al obstáculo, a la contrariedad, al necesario intercambio de opiniones. A estos nuevos integrantes de la sociedad, Anne Applebaum los definía en 2021 como “los nuevos puritanos”, puesto que para ellos -“las hordas enfadadas de Twitter”-, “la presunción de inocencia no existe y se imponen letras escarlatas de por vida a personas que no han sido jamás acusadas de crimen ninguno”. En este vasto apartado de los perseguidos, Rizzacasa se detendrá en ejemplos más o menos célebres a este lado del océano: Harper Lee, Patricia Highsmith, Nathaniel Hawthorne, William Shakespeare, Mark Twain, Philip Roth, Flannery O'Connor, Ray Bradbury, William Faulkner, Hemingway, Toni Morrison, Margaret Atwood, Norman Mailer, etcétera, y así hasta llegar a Lo que el viento se llevó y la cancelación de Homero; esto es, la cancelación de algún departamento de cultura clásica, considerada como una cultura blanca y esclavista.
Al cabo, lo que se dirime en tales episodios es la pertinencia o no de suprimir una obra de arte por cuestiones extraartísticas. Pero también la posibilidad de una cultura abundante y un juicio cultivado. Y la respuesta de Rizzacasa es, lógicamente, favorable a esto último. Incluso -o principalmente- en personajes cuya ejecutoria vital distó mucho de ser ejemplar. No olvide el lector, en todo caso, que es la cuestión racial (junto a fenómenos posteriores como el MeToo, vinculados a minorías o situaciones de abuso) aquello que instrumenta o agita la cancelación, en un sentido y su contrario. Y ello en una proporción que acaso no alcancemos a concebir, actualmente, en Europa. No en vano, en el segundo capítulo, Rizzacasa recaba no pocas opiniones doctas que creen ver en EE. UU una democracia fallida y un país polarizado, en un estadio previo a la guerra civil.
De los delitos y las penas
Tiene razón Applebaum al definir como “puritanos” a la masa airada de persecutores de reprueban comportamientos y opiniones que caen fuera del ámbito penal. El gran avance del siglo ilustrado fue, precisamente, este de deslindar las faltas religiosas de los comportamientos delictivos. Vale decir, el de distinguir nítidamente el pecado del delito y lo privado de lo público, avance que debemos al benemérito marqués de Beccaria, don Cesare, y a su obra De los delitos y las penas (1764). Es ahí donde las cuitas espirituales se desplazan al seno de lo individual y lo doméstico, mientras que las infracciones sociales se remiten al escrutinio de las leyes. También deberemos a Beccaria otro principio ilustrado, aún hoy vigente: la proporcionalidad entre el delito y la pena, y su aplicación temporal, no en forma de mutilaciones y tormentos. La cancelación es rigurosamente antiilustrada en ambos sentidos: remite a un ámbito ajeno al código penal; esto es, al ámbito de lo discrecional y lo privado, el cual se devasta con minucia; e impone unas penas absolutamente desproporcionadas al “delito”, dictadas desde un anonimato, también antiilustrado. Es, pues, la marca de la bruja, el signo del hereje, el imperio de una ley superior a las leyes, aquello que dispensan graciosa y arbitrariamente las “hordas enfadadas de Twitter”.
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