Cernuda y Joyce, cruce de caminos de un políglota genial

Recuerdo de Antonio Rivero Taravillo, primer director de la Casa del Libro de Sevilla

La noticia de la muerte de Antonio Rivero Taravillo llega dos días antes de un nuevo aniversario del nacimiento de Luis Cernuda y con la pena de seguir sin ver abierta su casa de la calle Acetres.

Muere Antonio Rivero Taravillo

Antonio Rivero Taravillo, en los años en que fue director de la Casa del Libro de Sevilla. / D. S.

“Siempre he vivido de los libros y para los libros”, escribía Antonio Rivero Taravillo en las últimas páginas de su autobiografía libresca Un Hogar en el Libro, que yo personalmente interpreto como un juego de palabras con una de sus muchas tareas, la que nos hizo vecinos en la poca distancia que separaba las calles Rioja y Velázquez, donde en junio de 2001 se inauguraba la Casa del Libro con él de director. Desde el primer momento que lo conocí sabía que estaba ante un ser excepcional. Poeta, traductor, biógrafo, editor, librero. Un políglota que fue antes de Rioja que de Velázquez, porque dos años antes de abrir la Casa del Libro, donde hasta entonces se apostaba un vagabundo alemán que había sido jinete de carreras de caballos en su país, empezó a colaborar en 1999, primer año del periódico, en el suplemento cultural del Diario de Sevilla que coordinaban Nacho Garmendia y Alberto Marina.

En Un hogar en el Libro cuenta que la Casa del Libro fue fundada por Nicolás de Urgoiti, creador de la editorial Calpe y de los diarios El Sol y La Voz. Ortega tuvo su despacho en la zona de venta de una de las plantas de la librería y en el mismo local empezó su andadura en 1923 la Revista de Occidente. Antonio se ha ido sin que vea la luz la esperada biografía de Álvaro Cunqueiro. El novelista de Mondoñedo que ganó el premio Nadal y dirigió el Faro de Vigo y que como contaba Manuel Gregorio González en su biografía del escritor gallego se preocupaba personalmente de la sección semanal de la quiniela.

Con Rivero Taravillo me unían dos pasiones, dos nombres propios: James Joyce y Luis Cernuda. El primero se fue de Irlanda para escribir el Ulises entre París, Trieste y Zurich; el segundo escribió en su destierro escocés de Glasgow, esa ciudad que llamaba “vómito de niebla y fastidio”, Ocnos, ese mapa sentimental de Sevilla, la cima de la prosa poética en castellano como decía Jaime Gil de Biedma en el prólogo de la edición de Taurus.

El primer director de la Casa del Libro de Sevilla dio una conferencia magistral en la Casa de los Pinelo en las jornadas sobre Cernuda que coordinó el flamante académico de Buenas Letra Alfonso Guerra. En el quincuagésimo aniversario de la muerte del poeta sevillano, la Fundación Cajasol editó un libro-tributo que con la coordinación de Ismael Yebra contó con las aportaciones de Jaime Rodríguez Sacristán, Francisco Robles, Rogelio Reyes, Jacobo Cortines, Juan Lamillar y Antonio Rivero Taravillo y con dibujos de Carmen Laffón.

La noticia de su muerte la hemos sabido dos días antes de un nuevo aniversario del nacimiento de Luis Cernuda (Sevilla, 1902- Ciudad de México, 1963) y con la pena de seguir sin ver abierta su casa de la calle Acetres, que con los palacios de Yanduri y Dueñas completan el tríptico de la poesía sevillana del siglo XX. Su interés por Cernuda se reactiva cuando en 1986 recibe una beca para estudiar en Edimburgo. El año que mueren Borges y Carande. Fue testigo de excepción del Congreso internacional que su ciudad natal dedicó al autor de La realidad y el deseo, ese galimatías de Tolstoi en el que coincidieron Guerra (Alfonso) y Paz (Octavio).

No faltaba a ninguno de los bloomsday, conmemoración del día de la acción del Ulises de Joyce, que es como un Ocnos a lo bestia ubicado temporalmente en las calles de Dublín el 16 de junio de 1904, el mismo año que se funda la cerveza Cruzcampo, que en tiempos fue de la irlandesa Guinness donde estuvo a punto de trabajar el autor de Dublineses. El bloomsday se evaporó con el cierre de Flaherty en la calle Alemanes y la muerte de su gran amigo Paco García Tortosa, traductor del irlandés.

La Casa del Libro abre el año 2001 de la caída de las Torres Gemelas. Un año después, celebraría por todo lo alto el centenario del nacimiento de Luis Cernuda, de la época de Alberti y del Real Madrid (las bromas balompédicas le sonaban a chino). Presumía como librero, poeta y futuro biógrafo de que en ese año capicúa del 2002 se llegaron a vender 1.200 libros de Cernuda en la Casa del Libro. Deja un vacío inmenso de intelectual borgiano. Desde su hogar próximo a la Casa de la Moneda, salvando la estatua del Pali, se atisbaba la Torre de la Plata que algún bloomsday fue la torre Martello con el gordo Buck Mulligan bajando por las escaleras con la cara llena de espuma de afeitar.

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