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Más de cien años después

  • La Caja China acoge 'Desde la abstracción a la geometría, una fértil exposición colectiva que permanecerá abierta hasta el próximo domingo.

1. Miguel Ángel Rodríguez Silva (Olivares, 1960) presenta una serie de rectángulos de aluminio en distintas calidades de  rojo. 2. La obra que presenta Pepe Barragán (Sevilla, 1956), construida en torno a la idea de la paradoja y el sentido del ritmo.

1. Miguel Ángel Rodríguez Silva (Olivares, 1960) presenta una serie de rectángulos de aluminio en distintas calidades de rojo. 2. La obra que presenta Pepe Barragán (Sevilla, 1956), construida en torno a la idea de la paradoja y el sentido del ritmo.

A Kandinsky le irritaba la mirada del buen burgués que sólo veía en un cuadro una vista elegante para el salón o una hermosa muchacha para la sala reservada a los fumadores, es decir, a los varones. Pero aún le enfadaba más la apreciación del crítico que se limitaba a dictaminar si las normas de la pintura se habían observado fielmente. ¿Qué quedaba entonces de la pintura? La queja era muy parecida a la que en 1912 formulaba Machado contra las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. Uno y otro veían que la cultura de su tiempo reducía el arte a diversión, corrección de forma y sentimentalismo para horas libres. Por eso Kandinsky, un año antes de que Machado publicara Retrato, decidió suprimir las figuras en sus cuadros y hacer caso omiso de las normas académicas. Era una doble supresión, una doble abstracción, y así fue como surgió eso que hoy llamamos pintura abstracta, con la que Kandinsky, mediante exclusivamente la línea y el color, intentaba recuperar una poética que la cultura burguesa parecía ignorar.

Por esos mismos años Mondrian comenzaba a investigar la posibilidad de una pintura que no fuera naturalista. Su intención era distinta a la de Kandinsky. ¿Qué sentido tiene, se preguntaba, que representemos la hoja de un árbol, reproduciéndola en detalle, cuando la ciencia la representa con conceptos físico-químicos? Su idea era hacer una pintura acorde a una cultura que apoyaba la vida en la ciencia. Por eso no confiaba sólo en la línea y el color, sino también en un orden geométrico disonante porque estaba cruzado por la asimetría y la excentricidad de las formas.

Más de un siglo ha transcurrido desde entonces pero las posibilidades del color, la línea y la materia siguen alimentando la pintura abstracta, mientras la ironía del orden y el desorden sigue agitando la imaginación de quienes cultivan la geometría. En esta muestra hay en primer lugar obras híbridas que unen ambas direcciones. Una de ellas, la de Mercedes de la Gala. A primera vista, cuatro polígonos de potente color sobre un fondo neutro. Una mirada atenta descubre que los polígonos son irregulares y es justamente la sutil separación de la norma lo que los hace vibrar. Algo parecido ocurre con la pieza de Fernando Clemente: la cuidada construcción geométrica convive con pinceladas que muestran sobre todo el gesto del pintor y la materia pictórica. En dirección algo distinta, los dos cuadros de Javier Parrilla: el juego del cuadro dentro del cuadro presta especial presencia al rectángulo cuya regularidad sin embargo se rompe por los trazos con que quiere dar al lienzoespecial dinamismo.

En una abstracción más pura se alinean las obras de Ruth Morán: trabajos que más de un espectador leerá como paisajes aunque buscan sobre todo subrayar la calidad de los pigmentos y el ritmo de la forma. La tinta brillante de las líneas blancas contrasta con el temple negro mate, y ambos materiales llaman más al tacto que a la mirada, mientras los trazos aseguran un sugerente movimiento. También se atienen a la abstracción las dos obras de Emilio Parrilla: las finas piezas de metal parecen trazos sobre la variedad de rojos que construyen el cuadro.

Entre las obras geométricas, destacan de modo especial los trabajos de de Rodríguez Silva: rectángulos de aluminio en candentes calidades de rojo escapan del asilo del cuadro para fijarse directamente sobre el muro, sin que sus planos, ligeramente plegados, lleguen a reposar sobre la superficie de la pared. Enrique Quevedo trabaja sobre todo con tramas casi milimétricas: en ocasiones interrumpe la continuidad del soporte y otras veces superpone a la trama exactas forma geométricas. La exactitud es aún mayor en las tres obras de Juan Carlos López (una de ellas en la oficina de la galería): las formas son nítidas pero se enredan de manera que rozan la figura imposible. Pepe Barragán trabaja especialmente la paradoja: la exacta diagonal que cruza uno de los dos cuadros (ambos también en la oficina), vista de cerca se descompone en círculos que complican su ritmo, mientras en la otra pieza la precisión del rombo se quiebra de repente en la diagonal principal generando un sugerente escorzo.

Mención aparte merece un pequeño y enigmático cuadro de José Soto. Los ordenados planos se abren abajo por un triángulo que, casi como una cuña, los separa trayendo a la memoria el nombre de Ellsworth Kelly.

La muestra tiene sobre todo el regusto de cuántas cosas pueden hacerse con la pintura: unas se dirigen más a la fantasía y la sensibilidad, porque cultivan la libertad poética de la forma, y otras plantean especialmente el valor de la construcción. Algo habrá en uno y otro camino, cuando tras más de un siglo transcurrido siguen tentando a los pintores y manteniendo su atractivo para el espectador.

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