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Cultura

El controvertido caso del detective asesinado

  • Andrés González-Barba indaga en 'Los diarios de Regent Street' en la compleja relación de Conan Doyle con Sherlock Holmes

En diciembre de 1893, empujados sutilmente por la mano invisible de Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes y su archienemigo, el refinado profesor Moriarty, murieron tras precipitarse por las cataratas suizas de Reichenbach. Con estos hechos cerró el escritor británico El problema final, uno de los 56 relatos que junto con las cuatro novelas protagonizadas por el sofisticado y magnético detective componen el canon holmesiano. Lo que no esperaba Conan Doyle es el escándalo que se armó. "Recibió enormes presiones de su editor, cartas anónimas donde los lectores protestaban por la desaparición de Holmes", dice Andrés González-Barba, autor de la novela Los diarios de Regent Street (Paréntesis).

En su debut narrativo, que tiene tanto de "divertimento" como de homenaje a la literatura victoriana y a la de Conan Doyle en particular, el periodista sevillano da vida a Robert Stevens, un admirador de las aventuras del maestro de las deducciones anonadantes que es incapaz de asumir la muerte de su héroe y decide consagrar su vida a resolver casos por su cuenta. Un rapto de naturaleza quijotesca que lo llevará a involucrarse en la persecución de los Brumarios, una enigmática banda criminal que opera en el Londres de las calles brumosas y en los ambientes de la bohemia parisina de finales del siglo XIX.

"Es fundamentalmente una historia de misterio que puede enganchar a gente que no haya leído nada de Sherlock Holmes y también a gente que lo ha hecho", explica el autor, quien mediante una vuelta de tuerca ofrece también -a tenor de las reacciones en los círculos de connoisseurs holmesianos- una distinción de originalidad frente a "los cientos, miles de pastiches" inspirados en el que para González-Barba es "uno de los personajes más interesantes de la literatura". Y es que su novela es también, de un modo muy particular, una investigación de la muerte y resurrección de Sherlock Holmes, pues Conan Doyle, con la excepción de El sabueso de los Baskerville, pasó una década sin escribir nada que tuviera relación con ese hombre brillante, misógino, drogadicto, intuitivo, científico, melancólico y experto en todo tipo de materias peregrinas que vive en el imaginario popular fumando en pipa y vestido con traje de paño tweed, capa y gorra de cazador de ciervos.

"Conan Doyle siempre dejó claro que le interesaba hacer otro tipo de literatura, más seria. Le obsesionaba ser un gran escritor de novela histórica, quería seguir el modelo de Walter Scott. Admiraba a Stevenson, le interesaba la ciencia ficción... Sabía que Holmes le estaba dando la fama universal, pero también le entorpecía", apunta este periodista especializado en temas culturales que manejó una extensa bibliografía de la época, incluida la autobiografía del escritor, Memorias y aventuras.

Tras la nueva zambullida en este territorio literario que le atrapaba desde su niñez, a González-Barba le resultó llamativo cierto "lado oscuro" de Conan Doyle, médico militar -participó en la campaña de Afganistán-, aficionado al espiritismo y "defensor de causas perdidas", una figura que "quizás no ha sido estudiada como se debiera", dice. De ahí que el sevillano se atreva a firmar dentro de su novela una especie de diario apócrifo del británico, a ponerse en la mente de un escritor que "no soportaba, ni comprendía, que su personaje le superase en popularidad".

Este primer libro ha sido tan bien recibido que ya hay quien le ha propuesto convertirlo en el comienzo de una saga. "Pero no tendría sentido", afirma él. "Esta novela nació como un círculo cerrado, y escribirla fue para mí un enorme placer, pero ahora me gustaría investigar otros terrenos", concluye el autor, que ya anda dándole vueltas a una historia ambientada esta vez en el presente y que mezcla varios géneros, desde la novela negra a la literatura de terror.

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