Un crepúsculo entre olivares

Ignacio Romero de Solís publica 'Palmagallarda', primera entrega de una trilogía novelesca sobre la decadencia de la aristocracia rural andaluza

El periodista y escritor sevillano Ignacio Romero de Solís, anoche durante el acto en el Consulado de Portugal.
El periodista y escritor sevillano Ignacio Romero de Solís, anoche durante el acto en el Consulado de Portugal.
Francisco Camero Sevilla

03 de diciembre 2015 - 05:00

En torno a la fascinante, extraña y melancólica belleza que encierran los naufragios levantó el siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa -en la única novela que escribió- un monumento que se convirtió en una de las cimas de la literatura del siglo XX, y más específicamente en un paradigma de cierto tipo de relatos sobre el mundo de ayer: los que contaba sobre sí misma la nobleza europea en la hora de su crepúsculo. Bajo ese influjo irresistible de El Gatopardo, admitido expresamente por el autor, Ignacio Romero de Solís, periodista de dilatada e influyente trayectoria y singular representante de la aristocracia rural andaluza en su condición de marqués de Marchelina, ha escrito su primera novela, Palmagallarda, que acaba de publicar la editorial Renacimiento. Es el comienzo de lo que será una trilogía para cuya escritura ha necesitado, como el mismo Lampedusa, la experiencia de toda una vida.

La presentó ayer en el Consulado General de Portugal, "obnubilado" por la belleza del salón que acogió el acto, "digno de Lisboa o San Petersburgo", rodeado de familiares y amigos y con el escritor Alberto Guallart y el editor y crítico literario de Diario de Sevilla Ignacio F. Garmendia como presentadores de un breve acto en el que su protagonista intentó más bien, de un modo elegante, pudoroso y, sí, extremadamente aristocrático, pasar desapercibido. De la peripecia vital del autor -sus proyectos en Cambio 16 o las direcciones en Andalucía de RTVE y Antena 3; y por supuesto la militancia en el Partido Comunista que le costó un consejo de guerra y un año de cárcel en la dictadura franquista- se encargó el primero, quien prefirió no obstante centrarse en la dimensión más íntima de una persona que "ante la pesadumbre de saber que el mundo es ridículo y cruel, elige apreciar como se merecen los momentos luminosos de la vida". De la introducción en Palmagallarda se ocupó el segundo, que recordó que el empeño al que se entrega en su novela Romero de Solís -el ocaso de la nobleza ante la irrupción de una clase de riqueza y ascendencia muy distintas en sus formas y orígenes, el de la alta burguesía- ha sido frecuentado con singular acierto por la literatura británica, "pero no mucho, ni muy bien, por la española".

En su intento de corregir este extremo, el autor, a partir de un inequívoco "trasfondo autobiográfico" pero en igual medida con "indudable ambición panorámica", comienza su historia sólo unos pocos meses antes de la Guerra Civil y en una "vieja ciudad tres veces milenaria de la Baja Andalucía" que bien podría ser Écija, Osuna o Carmona, y la cierra -momentáneamente: el segundo de los tres volúmenes que compondrán el proyecto está casi terminado ya- en los años 70. El libro retrata ese "universo encerrado sobre sí mismo" que fue o sigue siendo la gran aristocracia andaluza, pero lo matiza con una brisa de "cosmopolitismo" y no siempre de manera complaciente para los señores, cuyas vidas aparecen en la novela contrapuestas a las del abundante personal de servicio de la finca familiar.

Con un "costumbrismo amable y de buen tono aunque con apuntes solanescos", entre escenas de un "erotismo poco ortodoxo", con una suculenta presencia de platos, fogones y restaurantes -recordatorio palmario de su etapa como crítico gastronómico- y, sobre todo, con una pericia en el retrato de personajes como "gran logro", en la novela de Romero de Solís, concluyó Garmendia, se habla, a fin de cuentas, no de algo tan azaroso, prosaico, odioso o deseado como un patrimonio exorbitante, sino de "la condición humana".

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