Apolo 10 y 1/2: Una infancia espacial | en Netflix

Los niños de la Luna

Qué buena sesión doble van a hacer a partir de ahora Licorice Pizza de PTA y esta Apolo 10 y ½ de Linklater, dos estupendos viajes en el tiempo a aquellos Estados Unidos de finales de los sesenta y principios de los setenta a través de una mirada cálida cargada de memoria personal y afectiva, la primera en la palpipante Los Ángeles, y esta segunda en aquella Houston (Texas) que floreció en su vida suburbial de clase media alrededor de la Estación Espacial de la NASA desde donde despegaría el Apollo 11 destinado a llegar a la Luna un 20 de julio de 1969.

Linklater adopta una doble distancia para salvaguardarse de los peligros de la nostalgia: por un lado, la animación en rotoscopia y su estallido cromático perfeccionado desde aquellas fundacionales Waking life y A scanner darkly; por otro, ese narrador externo que dirige y empasta el relato de las pequeñas aventuras juveniles de un chico a través del cual descubrimos el mundo de esa clase media norteamericana que vivía por entonces en la burbuja de sus últimos sueños de prosperidad pequeño-burguesa y felicidad de consumo antes de la llegada de la nueva década y sus desencantos.

Linklater encuentra también en la deriva fantástica de un viaje previo a la luna el pretexto o el gancho para retratar lo que realmente le interesa: la casa familiar y sus costumbres, el instituto y las suyas, la vida en el suburbio, las escapadas al cine o a los parques de atracciones, los juegos callejeros, las reuniones frente al televisor, sus series y películas, los productos, las marcas, las canciones, las comidas y las rutinas diarias... Ahí está, en esplendorosa paleta de formas y colores, la esencia afectivo-documental de una película que rinde homenaje a una época desde la ligereza, una mirada a la vez íntima y colectiva y el gusto por la narración en viñetas elevado a su máxima potencia rítmica con ayuda de una de esas memorables bandas sonoras de juke-box de época.

Pocos cineastas norteamericanos han sabido capturar mejor que Linklater (de Movida del 76 a Boyhood) ese periodo de tránsitos y cambios generacionales, la despedida de una época de formación, el crepúsculo de esas sensaciones primordiales que, desde lo local, incluso desde lo autobiográfico, alcanzan a cualquier espectador medianamente sensible.