Por los pelos | Crítica

La ocasión la pintaban calva

Pagudo, Aguilera y Librado en una imagen de 'Por los pelos'.

Pagudo, Aguilera y Librado en una imagen de 'Por los pelos'.

A ver, la idea no era mala, al menos como premisa para la enésima comedia atenta a la actualidad cuñada: hacer chistes a costa de todos esos españolitos calvos que, a excepción de nuestro González-Cotta, se marchan a Estambul para hacerse injertos de pelo en paquetes turísticos. El prólogo era prometedor incluso: dos policías locales en plena crisis paternal y matrimonial y un trapero de barrio unidos en la misma empresa de recuperar la autoestima masculina perdida.

Pero hasta ahí. Por los pelos desaprovecha casi todos sus hallazgos y ocurrencias cuando se deje arrastrar por un guion a ocho manos que supura una misoginia que pensábamos extinguida y un sentido del gag fuera de sitio (véanse las escenas de Leo Harlem) que tiran por tierra cualquier promesa de sarcasmo, autoparodia o ironía a cambio de un exceso que pasa siempre por encima de las prestaciones de sus comediantes, o muy blanditos para el patetismo (Pagudo) o demasiado jóvenes (Librado) para tener ex-esposas e hijas adolescentes.

La cinta que dirige Nacho G. Velilla (Perdiendo el Norte, Villaviciosa de al lado) abandona además demasiado pronto el decorado publicitario turco para replegarse hacia la blandenguería familiar o la pirotecnia de acción, quién sabe si para disimular la falta de rumbo, tono y sentido de la enésima comedia fallida de nuestro cine.