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Unicorn wars | Crítica

El reverso tenebroso de lo ‘cuqui’

Digámoslo sin ambages: Unicorn wars es desde ya una de las mejores películas de todo el cine español de 2022, un desbordante y original ejercicio de animación 2D que subvierte los códigos de lo cuqui, o dicho de otro modo, que se adentra en el sustrato tenebroso y goyesco de esos diseños de lo amable, lo suave, lo dulce, lo blandito o lo achuchable de la cultura pop para construir a partir de ellos una negra fábula de mensaje antibelicista y resonancias edípicas que bien puede leerse en clave contemporánea.

Esas figuras primordiales son los ositos de peluche y los unicornios, convertidos aquí en enemigos irreconciliables y ancestrales de una batalla cruel y despiadada que no hace prisioneros ni conoce la piedad en el frente. Entre estampas de la naturaleza que remiten a un Miyazaki en ácido, retazos del género bélico que beben de Fuller o Kubrick y una trama de envidias, traumas y odios fraternales llevada a sus últimas consecuencias dialécticas, Alberto Vázquez (Psiconautas) despliega un portentoso ejercicio de imaginación plástica, un trabajo de animación artesanal donde los diseños y colores de una paleta lisérgica devoran poco a poco esa superficie luminosa y en tonos pastel de los cuentos infantiles transfigurados aquí por una mirada adulta, irónica, antiautoritaria y pesimista que sabe bien que en su sustrato late siempre el germen de lo siniestro, la peor de las pesadillas.

Tal vez algo reiterativa en alguna de sus numerosas ideas, Unicorn wars avanza imparable hacia ese duelo primordial y esa catarsis destructora donde las formas no pueden ya sino estallar en mil pedazos. De su amasijo de carne, pólvora y sangre no puede nacer ya sino una nueva especie, quién sabe si capaz de contener el ciclo del odio y la confrontación que definen el universo de esta pequeña obra maestra.