María del Mar Moreno I Crítica

Que no le quiten lo bailao

La bailaora en un momento del espectáculo que estrenó en la Bienal.

La bailaora en un momento del espectáculo que estrenó en la Bienal. / Antonio Pizarro (Sevilla)

Para María del Mar Moreno la vida es eso que pasa mientras se baila. Por eso, cuando oye el eco jondo del cante extiende sus brazos como si quisiera recoger ese aliento, que le rememora sus vivencias, y pegárselas de nuevo al cuerpo. Para que permanezcan ahí intactas cuando no tenga al alcance otro asidero.

De hecho, esta Memoria viva, que ya llevó a Jerez y con el que este lunes se estrenó en solitario en la Bienal de Sevilla en su regreso a los escenarios tras la pandemia, no pretende ser una reivindicación de nada sino mostrar la capacidad del baile –y del cante– para canalizar las emociones y liberarlas.

En este sentido, sorprendía comprobar cómo desde la sencillez y la naturalidad de un cuerpo casi estático, que apenas movió del centro del escenario, la jerezana lograba arrastrar a los espectadores a los dolores y las esperanzas comunes. Es decir, sin una técnica excesivamente virtuosa ni un repositorio de rebuscados recursos, la Moreno consigue transmitir su historia porque baila como siente. Con la sinceridad y la honestidad de quien parece haber aprendido lo importante.

De ahí que a ratos le viéramos ese aire infantil que se desprende cuando se baila por mero disfrute y también la calidez y la serenidad que trae la madurez, cuando uno ambiciona ser feliz, no convencer a otros de que te quieran.

Pero en la obra hay, además, mucho de reconocimiento a su tierra y al modo especial en que se transmite el flamenco frente a otras artes. Porque si algo deja claro María del Mar Moreno es que no hay memoria sino hay experiencia compartida, escucha, unión, generosidad y encuentro, entre sexos, estilos y generaciones (presentes todas).

En este sentido, vino arropada del soniquete de un estupendo atrás y de un multicolor coro de voces como las de Antonio Malena, José de los Camarones o Dolores Agujetas, que en cada quejío disparaban desgarradores misiles. Las de Elu de Jerez o El Tolo, poderosas y directas, y las de Saira Malena y José el Berenjeno, frescas y limpias. Así, a través de ellos y en un impecable recital de cante por peteneras, malagueñas, seguiriyas, soleares, tientos, tonás o bulerías, la artista se fue va

ciando para realizar una transfusión de Jerez en vena.

En este trance, disfrutamos de la rabia con que remató las seguiriyas demostrando la energía de unos pies invencibles, no por veloces sino por conscientes. También especialmente emotivos fueron los tientos con que la jerezana fue respondiendo al cante contenido de los varones mayores con sensualidad y entrega. O la furia arrebatadora con que se enfrentó a la soleá por bulerías desde lo más orgánico.

En definitiva, un espectáculo clásico sin más pretensión que sacar lo que aguarda en su cuerpo. Y aunque es verdad que el ritmo no fue siempre equilibrado, se agradece que resultara integrado y coherente y, sobre todo, que la bailaora demostrara que no hay limitaciones cuando una llega para mostrarse tal cual es. Al final, la credibilidad fluye cuando hay empatía. Por eso, nos gustó percibir su esfuerzo y su humanidad y pedimos desde aquí que siga bailando con sigilo y no le quiten lo bailao.

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