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Cultura

La danza macabra de Herk Harvey

Director Herk Harvey. Con: Candace Hilligoss, Frances Feist, Forbes Caldwell. Versus.

Clásico de la serie B fantástica, reverso de dos carreras (la de un director, Herk Harvey, y un guionista, John Clifford) que antes y después de este 1962 siguieron desarrollándose en el ámbito del documental educativo, informativo y preventivo (trabajos para la Centron Corporation de Kansas), Carnival of souls llega hasta nosotros para que no olvidemos que es de imaginación, falta de escrúpulos formales y terca voluntad de lo que se alimentan las películas que trascienden códigos y expectativas proyectando luz hacia el futuro (allí donde, en este caso, Romero, Lynch o Polanski agradecieron y continuaron con su legado).

Si, como se suele referir, el bueno de Harvey conocía el cine de Bergman, Dreyer, Buñuel y Cocteau, los grandes maestros desleídos en las urgentes y desinhibidas imágenes de su única película de ficción, no debemos pasar por alto las raíces más modestas, en relatos fantásticos y populares y cómics sin pretensiones, donde puede nacer esta vocación por las historias repletas de giros sorprendentes. Por ejemplo, An occurrence at Owl Creek Bridge -cuento decimonónico de Ambrose Bierce que, de manera contemporánea a Carnival of souls, fue adaptado por Robert Enrico y más tarde emitido en la igualmente influyente Twilight Zone-, una aventura que, como la que le acontece aquí a la taciturna Mary Henry (Candace Hilligoss, en la segunda y penúltima aparición cinematográfica de su vida), dura lo que un parpadeo en el umbral de la vida y la muerte, aunque se extienda mucho más ante nosotros, engalanada en ropajes de erizado onirismo y fulgor parabólico. Es un rico maridaje entre lo alto y lo bajo el motivo de la intensa repercusión de Carnival of souls, filme que partió de una imagen más que de una idea, la que obsesionó a Harvey al topar en sus vacaciones con un inmenso y abandonado parque de atracciones en el estado de Utah, y que consistía en llenar de fantasmas danzantes ese crepuscular y siniestro edificio. Fue su fiel escudero en la empresa, John Clifford, el que complicaría más tarde la propuesta, democratizando el acceso de los espectros a la película, todos los de una Norteamérica solipsista, histérica, reprimida e hipócrita en la que echarse a la carretera ya no es ni siquiera sinónimo de escapatoria ilusoria.

Película resueltamente brusca, completada, bajo un ridículo presupuesto, con una encomiable economía de medios, Carnival of souls deja su imborrable impronta en las secuencias del desenlace, cuando la protagonista regresa al pabellón en el que le es desvelado el motivo de su extrañamiento en el régimen diurno. Allí, varios planos de Hilligoss, en una quietud y una desesperación móvil que bien podrían haber fijado Maya Deren o Samuel Fuller, nos informan de la virtud de otro cineasta que arrancó chispas de belleza al devenir.

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