Cinco días de noviembre
'Despertar'. Anna Hope. Trad. Cruz Rodríguez Juiz. Random House. Barcelona, 2014. 306 páginas. 17,90 euros.
No es infrecuente el testimonio femenino de los conflictos bélicos. Desde los Cuadros de la Guerra Carlista de Concepción Arenal al ¡Abajo las armas! de Bertha von Suttner, existe toda una literatura que aborda la guerra, no tanto en su obligado aspecto marcial, como por los márgenes donde la población inerme, y el abultado número de las víctimas, adquieren un relieve infrecuente. Este es el caso de Anna Hope y su estupenda novela Despertar, ambientada en el Londres posterior a la Gran Guerra. Aquí, no es sólo la orfandad sobrevenida de miles de mujeres que perdieron a sus maridos y a sus hijos aquello que se detalla con pudorosa y fina inteligencia. Es también el vacío, la irreversible oquedad que los combatientes trajeron consigo, y que añadía a las severas amputaciones del cuerpo una profunda ulceración anímica.
Los lectores de Freud conocen sin duda sus Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, escritas al finalizar la guerra del 14, y que se incluyen en El malestar en la cultura. En tales consideraciones, Freud detallaba las devastadoras consecuencias que el conflicto había originado en el ánimo y la cordura de los supervivientes, recogidas bajo el amplísimo membrete de neurosis de guerra. En buena medida, son estas anomalías, nacidas del dolor, las que se detallan en Despertar, a través de sus tres protagonistas, durante los cinco días de noviembre 1920 que abarca la obra. Dice Anna Hope (actriz y escritora nacida en Manchester en 1974), que la idea de esta novela le surgió al comprobar el vacío documental que existía en torno al papel de la mujer, tanto en aquel conflicto como en la historia social de primeros del XX. El resultado de tal indagatoria, repetimos, no puede calificarse sino como sobresaliente. Si la escritura de Hope es una escritura lírica, precisa, contenida, con un gran dominio de los diálogos, donde la abrasiva ironía británica esplende con naturalidad y destreza, no es menos cierto que este dominio formal viene sustentando en un exacto conocimiento de la fragilidad humana. Que dicha fragilidad, por otra parte, se exprese, no en el campo de lo melodramático, sino en el más profundo de la conmiseración y el pudor, no hace sino acrecentar su eficacia literaria y la sobria amargura en la que se abisman sus personajes. Despertar, así, no es despertar a la vida, sino a una oscuridad otra, reflejo de aquélla que, en el verano del 14, descendió sobre una alegre y desprevenida Europa.
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