El Dios desconocido

La última obra de Antonio Piñero profundiza en el pensamiento religioso y filosófico de la ‘gnosis’ –conocimiento– más allá del cristianismo, el judaísmo, el Islam o cualquier otra confesión

Ilustración procedente de ‘L’atmosphère : météorologie populaire’, de Camille Flammarion (1888).
Ilustración procedente de ‘L’atmosphère : météorologie populaire’, de Camille Flammarion (1888). / D. S.
Luis Manuel Ruiz

27 de julio 2025 - 07:00

La ficha

'Gnosis. Conocimiento de lo oculto'. Antonio Piñero. Trotta, 2025. 452 páginas. 30 euros.

Lo más correcto parece comenzar con precisiones terminológicas: gnosis significa en griego antiguo conocimiento, y está emparentado con el latín cognoscere, de donde proceden nuestros conocer o noción. Antonio Piñero, que es el omnisciente autor del manual que reseñamos hoy, nos precisa en su página 17 (ampliada entre la 59 y la 70) qué debemos entender por ello: es el “conocimiento de lo divino que trasciende la fe religiosa común, ya que tal conocimiento es directo”. En otras palabras: a diferencia del creyente del montón, que se relaciona con Dios a través de la liturgia, los sacramentos y los ritos instituidos, dentro de la burocracia de lo sagrado, el gnóstico accede al más allá mediante un atajo, por una inspiración directa que le da un acceso sin intermediarios. Así, gnosis, un concepto que puede emplearse indistintamente en el contexto del cristianismo, el judaísmo, el Islam o cualquier otra confesión, equivale a mística: es el saber profundo, no intelectual, que el adepto adquiere sobre la verdadera naturaleza de la realidad, a menudo al margen del ministerio oficial, transmitido de maestro a discípulo y encaminado a la salvación. Serían gnósticos en este sentido lato los cátaros, los sufíes, los cabalistas hebreos y muchos grupos más escorados irremediablemente hacia la herejía.

Pero existe una acepción más restringida del vocablo, más importante en Occidente, y a la que, en fin, este libro esta dedicado. Gnósticos son un grupo de heterodoxos y marginales que, aliñando elementos procedentes del orfismo, el pitagorismo, el platonismo, la astrología, la magia y los evangelios, produjeron en los primeros siglos del cristianismo una versión sui generis del drama de la salvación, y cuyas aguas, ahora ocultas y ahora aflorando a la superficie, no han dejado de irrigar los movimientos místicos de nuestra cultura. El presente volumen es la culminación de los trabajos que Piñero, filósofo, filólogo clásico y erudito bíblico, lleva dedicando al asunto desde 2009, y tras su señera edición, con introducción crítica, de los manuscritos de Nag Hammadi (Trotta, 2019); dicha labor continúa a la vez el acceso pionero al universo gnóstico que ya ofreció en su día (1983) la Biblioteca Clásica Gredos, con dos volúmenes de textos extractados de las obras polémicas de Ireneo o Hipólito. En fin: después de la prolija descripción teórica que acompaña a su edición de los manuscritos del Mar Muerto, el autor nos entrega aquí, en calidad de companion, una antología de fragmentos cuidada al detalle que servirán al lego para orientarse en los imbricados laberintos de la teología primitiva. Un sistema de pensamiento que, a pesar de su aspecto selvático y remoto, ha alimentado más de una vez (ya lo he mencionado arriba) las corrientes mayores de nuestra filosofía, y cuyo regusto es fácil de percibir en autores canónicos como Plotino, Escoto Erígena, Spinoza o incluso Hegel.

El interesado hará bien en recorrer despacio los tomos de Piñero, pero me atrevo aquí a un leve esbozo introductorio. En sus versiones más acabadas, que son las de Basílides o Valentino, el gnosticismo concibe que el universo material en que vivimos, el que penetra a través de nuestros ojos y siente nuestra carne, es una obra de baja estofa resultado de un dios imbécil. Más allá de la materia, más allá de los cielos, al otro lado, incluso, del mismo concepto de ser, se encontraría una divinidad inefable, secreta, purísima y perfecta, que nada tiene que ver con este mundo y que vive apartada de su contacto para evitar mancharse: el ser humano posee en su interior una esquirla de dicho Dios primero, con mayúscula, y ha de luchar por elevarse hacia Él, enfrentándose al otro dios, en minúscula, el subalterno, que es quien rige aquí abajo. Así, el gnosticismo se convierte en una negación radical de la naturaleza de la realidad, la única de tal envergadura que conocemos en Occidente, al suponer que cuanto nos envuelve desde nuestro nacimiento cae dentro del imperio de un dios menor, malvado y sin talento, y al aspirar a otra dimensión superior, desconocida, donde todo es de otro modo y las barreras se quiebran: el hombre es un exiliado en este planeta, un náufrago que anhela regresar a su patria, y que debe violentar las leyes vigentes, la ley del Estado, la ley moral, la ley de la gravedad, para conseguirlo. Ni Cioran, en sus jeremiadas de café parisién, ha llegado a semejante clarividencia, a semejante desafío.

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