Lecciones de (fin de) vida
El último suspiro | Crítica

La ficha
*** 'El último suspiro'. Drama, Francia, 2024, 98 min. Dirección y guion: Costa-Gavras. Fotografía: Nathalie Durand. Música: Armand Amar. Intérpretes: Denis Podalydes, Kad Merad, Marilyne Canto, Françoise Lebrun, Charlotte Rampling, Françoise Lebrun, Agathe Bonitzer, Angela Molina, Karine Viard, Hiam Abbass.
A sus 92 años, el cineasta franco-griego Constantin Costa-Gavras puede ya permitirse hacer la película que quiera y en el tono que le apetezca como gesto de recapitulación, despedida o últimas voluntades después de una larguísima y reconocida trayectoria que arrancaba en los contornos del cine negro (Los raíles del crimen) para abrazar luego, en pleno debate sobre las formas, ese cine político de género que le dio fama con títulos como Z, La confesión, Estado de sitio o Desaparecido y continuar más tarde, siempre fiel a un mismo compromiso con las ideas e ideales de la izquierda y entre Europa y Estados Unidos, con otras cintas como Mad City, Amen, Arcadia, El capital o Comportarse como adultos que buscaban tomarle el pulso a nuevas actualidades.
Esa película pudiera ser este Último suspiro basada en la novela del filósofo y ensayista Régis Debray, una película que mira a la muerte cara a cara aunque nunca en un tono mortuorio o fúnebre, sino más bien con la intención de derribar o confrontar los tabúes sociales y culturales que la esconden del debate diario o las portadas y telediarios para hablar del paulatino envejecimiento de la población y el alargamiento de la esperanza de vida, los estragos de la enfermedad terminal y los cuidados paliativos, tangencialmente del derecho a una muerte digna, la eutanasia o el suicidio, como asuntos de primer orden sobre los que reflexionar en voz alta y siempre, como en el resto de su cine, con una indisimulada voluntad de claridad pedagógica.
Y en efecto, El último suspiro nos guía de la mano de un filósofo y escritor curioso y el jefe de una unidad hospitalaria de paliativos (Podalydes y Merad, sobrios y extraordinarios como siempre) por todos esos asuntos a través de una serie de encuentros y relatos individuales (algunos protagonizados por intérpretes de peso como Charlotte Rampling, Françoise Lebrun, Hiam Abbass o Angela Molina) que van trufando el núcleo central de su historia de diferentes casos y sus diferentes perspectivas como ejemplos de maneras de afrontar los últimos momentos, poner en valor la labor médica y reivindicar esa necesidad de libertad, empatía, cercanía y afecto que, a la postre, acompañe al enfermo en su último tránsito y ayude a espantar el miedo para aquellos que, como nuestro guía, la ven venir desde la distancia.
Costa-Gavras libera su cámara y le da cierto vuelo para aligerar el peso y la gravedad de lo que se cuenta, domina bien los resortes de entrada y salida de su relato múltiple, no esconde en sus diálogos su voluntad de dejar claro de lo que se habla y se rodea de suficiente talento actoral como para anclar con firmeza el peso específico, humanista, ético y moral de una película que, de ser la última, cerraría muy digna y coherentemente una de las más largas trayectorias del cine moderno europeo.
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