Crítica de Teatro

El elástico de la tradición

Pliegues, embriones, cajas, giros, fragmentos: en este su particular Providence, Andrés Lima coloca al moribundo como fuente de un delirio final, de una mescolanza definitiva donde los fantasmas juguetean y recuerdan su jerarquía dentro de la vida que se escurre. Aunque citemos a Resnais (en cuanto aquí es un cerebro el que verdaderamente se desnuda), es Shakespeare en su potencial tragicómico el médium elegido por el dramaturgo para exorcizar el mal trago personal (la muerte del padre) y hacerlo representable, aunque sea a lomos de aquel grito de idiota lleno de ruido y de furia. Y es que todo aquí es vaivén y pendiente, desde que el in medias res de postrimerías se abre a una escena agujereada y movediza en la que el legado del Bardo se precipita con urgencia y asumida distancia irónica.

Este elogio de la interrupción exige del genial elenco -buenas actrices alrededor de un Adeva en estado de gracia- un plus de atención y reflejos, así como una versatilidad que no siempre funciona. Sobrevuela Sueños un aroma epatante, una voluntad de desorientación y exceso de molestias estroboscópicas (¿recurso demodé?), donde los altibajos lógicos de toda obra vocacionalmente descompensada producen la inefable desconexión del espectador cuando éste se lo pasa mucho peor que los actores. A la inversa, cuando la escena se espesa y el tiempo arropa algo esta escena a la intemperie, qué brillo el de estos cuerpos acelerados, qué gracia, puramente shakespeareana, la de los equilibrios entre géneros desde el intersticio de las palabras.

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