Cultura

En la espiral del tiempo

  • François Bucher y Lina López reflexionan sobre conceptos como la luz o la memoria en una muestra, programada en Alarcón Criado, que se acerca a la ciencia desde el arte.

Event Horizon / Horizonte de sucesos. Fraçois Bucher & Lina López. Alarcón Criado. Velarde, 9, Sevilla. Hasta el 6 de febrero.

La ciencia se inicia cuando las matemáticas se aplicaron a la observación de la naturaleza. Leonardo da Vinci fue un apasionado observador de los cuerpos y del acontecer natural, y Giambattista della Porta, un incansable investigador de la difusión de la luz, pero ninguno de ellos contaba con el aparato matemático necesario para fijar relaciones entre los fenómenos naturales. Da Vinci construyó prototipos que de algún modo reflejaban sus hallazgos y Della Porta optó por la senda de la magia, pero sólo Galileo, que conectó sus observaciones con las matemáticas, abre un camino distinto y fecundo.

Esta fecundidad aparece de modo muy especial cuando las hipótesis enunciadas desde las matemáticas terminan por iluminar fenómenos naturales, como si ofrecieran un guante en el que pueden llegar a encajar manos aún desconocidas. Las formas del pensamiento actúan entonces como guías para dilucidar el comportamiento y las posibilidades de la materia.

Esta contraposición entre la naturaleza fértil y espléndida, pero reservada, celosa guardiana de sus secretos, y un pensamiento que relaciona, calcula y ordena no es característica sólo de la ciencia. También el arte participa en ese juego al dar a la piedra perfiles geométricos, dotar de medida al acontecer o cultivar estructuras, a primera vista arbitrarias, como la sección áurea o la elección de ciertas proporciones musicales y el abandono de otras.

Este tipo de indagaciones es el hilo conductor de la muestra de François Bucher (Cali, 1972) y Lina López (Bogotá, 1977). Hace poco más de dos años pudimos ver sus trabajos en torno a la luz del sol, ahora doce piezas de Lina López proponen una suerte de gráfico de las horas de luz solar y lunar: algo inaprensible, la luz, se transforma en cuidadas estructuras geométricas que definen los doce meses del año. Es en última instancia una evocación del espacio-tiempo en el que ambas luces coexisten de modo complementario pero no simétrico.

Esta idea de elementos que se complementan pero no guardan entre sí simetrías exactas aparecen en cierto modo en la capacidad generativa de la sección áurea. Así lo sugieren unas concisas obras geométricas que muestran cómo la sección áurea genera figuras con esa misma proporción pero no simétricas: es la tensión que hace posible la espiral del caracol o las alternacias de las hojas al brotar alrededor de un tallo.

Parecido juego de simetría y complementariedad está presente en el estudio de un rostro esculpido por una antigua cultura, la de San Agustín en Colombia: las dos mitades que forman el rostro no son idénticas entre sí, algo que también se advierte en las fotografías. tituladas Monstrare, de un mascarón de piedra de la Casa de Pilatos construido básicamente por dos conchas, una convexa, que moldea la frente, y otra cóncava, que forma la boca. Junto a estas obras, una escultura en aluminio sobredorado, Nagual, propone la idea de que ciertas formas bidimensionales y simétricas de culturas precolombinas podrían ser la proyección sobre un plano de figuras de tres dimensiones, simbolos de animales dotados de fuerzas que transfieren al chamán.

La reflexión sobre esta relación entre simetría y complementariedad culmina en obras centradas más claramente en el espacio-tiempo: parecen preguntarse si el tiempo es circular, como sugieren los ciclos naturales, o bien, se acerca más a la espiral. Es el caso de del trabajo fotográfico sobre el Cráter de Mathias Goeritz en el Campus de la Universidad Nacional Autónoma de México. Treinta y siete fotografías recogen pausadamente los bloques que forman el cráter y después se suceden, cada vez con más rapidez, con lo que la nitidez del círculo se nos escapa.

Círculo y espiral insensiblemente remiten a la memoria. Walter Benjamin dijo que Proust, en su afán de recuperar el pasado intentaba negar la muerte o al menos ignorarla. Justo lo contrario hace Chris Marker en la espléndida media hora de La jetée: sólo la muerte hace vivir el recuerdo. François Bucher y Lina López prosiguen este ejercicio donde memoria y caducidad fotografiando a Helène Chatelain, la mujer de La jetée. En una pequeña imagen, la actriz (que es también una destacada realizadora: el Museo Pompidou le dedicó un ciclo hace un año) se recoge el pelo sobre la nuca en un gesto análogo al que hace en la película durante la visita al enigmático museo de historia natural. En otra pieza aparece fotografiada de frente pero un espejo perpendicular a la imagen hace que ésta se convierta en tres, diferentes entre sí.

La muestra de Bucher y López, que ha recorrido varios museos en diversos países, es sobre todo promesa. Enuncia temas, no los agota, y más que mostrar, anticipa. Quizá sea la clave de la exposición: impulsa a la imaginación sin llegar a colmarla.

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