El estímulo que no cesa
Crítica de Danza
La ficha
'Mille batailles' Louise Lecavalier/Compagnieu Fou Glorieux. Concepto y coreografía:Louise Lecavalier. Interpretación: Louise Lecavalier, Robert Abubo. Iluminación: Alain Lortie. Composición y música en directo: Antoine Berthiaume (música adicional de Steve Roach). Vestuario: Yso. Lugar: Sala B del Teatro Central. Fecha: Viernes 24 de marzo. Aforo: Media entrada.
Nunca sabremos si Edward Look, el creador de la compañía canadiense La la la Human Steps, acostumbró a sus bailarines a sus coreografías veloces y extenuantes, o las hizo porque se encontró en su camino con bailarinas como Louise Lecavalier. Lo cierto es que la materia -el cuerpo y la mente que lo manda- de Lecavalier parece provenir de otro planeta.
Dieciséis años después de abandonar La la la..., la bailarina sigue arriesgando y cuestionando sus límites en cada uno de sus trabajos. Y si en su anterior espectáculo, So Blue, se entregaba a una danza más humana y espontánea, en éste huye de la fluidez, de la inercia, de todo lo orgánico que huela a ella misma.
Inspirada en el Caballero Inexistente de Italo Calvino y en esos personajes del cineasta japonés Miyazaki -que de pronto se ven encerrados en cuerpos extraños-, la artista se encierra en su propia armadura (un pantalón negro de cuero y un chándal con capucha) y, sin salir de un cuadrilátero, se lanza a la construcción de un ser quasi mecánico que, como el fantástico Caballero, "se mueve, luego existe". Una máquina cuyas pilas no se agotan jamás, espoleada por mil estímulos que la dirigen sin cesar en una u otra dirección -a veces con las piernas hacia arriba en la pared del fondo, o girando por el suelo-, con diferentes cargas de energía. Estímulos que le llegan sobre todo de una banda sonora, mezcla de house y de tecno con interminables riffs de guitarra, interpretada en directo por Antoine Berthiaume.
Pero este Caballero Inexistente, al igual que Don Quijote, tiene su propio escudero: un doble masculino -Robert Abubo-, mucho menos sofisticado que su amo, que introduce un poco de humanidad en la aventura: algunas persecuciones, luchas exentas de violencia entre los sexos... Un compañero de viaje que en varias ocasiones trata incluso de quitarle la celada/capucha para dejar al descubierto su esencia, su pelo rubio, corto y alborotado que ella cubre inmediatamente de nuevo.
Tan exhaustivo y minucioso trabajo de exploración de ritmos y de movimientos, con la consiguiente huida de cualquier emoción humana, hace de Mil batallas un espectáculo frío y, sobre todo, terriblemente obsesivo, pero hay tal virtuosismo, tal sinceridad y tal obstinación en la interminable partitura física desplegada por Louise Lecavalier que resulta difícil sustraerse a su fascinación.
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