No estamos para fuegos de artificio
Cante y piano: María Toledo. Guitarra: Jesús de Rosario. Percusión: Lucky Losada. Violín: David Moreira. Contrabajo: José Vicente Muñoz. Coros y palmas: Luis Carrasco, Juan Grande, Amparo Lagares, Juan Diego. Voz en off: José Luis Ortiz Nuevo. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Viernes, 14 de octubre. Aforo: lleno.
Me gustaba mucho María Toledo cuando cantaba flamenco. Lo jondo no es una estructura, ni métrica ni melódica. Hoy en día estamos obsesionados con la métrica musical, mientras que le damos patadas a la literaria, por ejemplo. La esencia de lo jondo no es su métrica, ni su melodía, ni su lírica. Es la radicalidad inherente a un mensaje musical primitivo, que no primario, directo, que ataca a las emociones por lo derecho. No voy a decir que las letras nuevas, que las melodías de nuevo cuño, no puedan encerrar esta radicalidad, este mensaje emocional directo: yo mismo he firmado nuevas poesías para lo jondo. No se trata de esa vieja discusión entre lo nuevo y lo viejo. No, porque la música ligera, fácil, edulcorada, existe, junto a la otra, desde que el hombre es hombre. Que ayer me conmoviera únicamente con la soleá de inicio no tiene nada que ver con lo nuevo y lo viejo ya que lo que vino después, incluyendo el destrozo de la taranta, es lo más viejo del mundo. Es el recurso, antiquísimo, de intentar edulcorar un mensaje, radical, insoportable para muchos porque nos recuerda que somos finitos, para que llegue a una mayoría. El flamenco siempre ha tenido su dimensión social, su gran público. Pero, en lo jondo, sigue siendo un "paraíso cerrrado para pocos". Imaginen cómo sería la cosa si todo el recital hubiese sido como la soleá de apertura. Con esa voz tremenda, con esa imagen potente, actual, cantar esas cosas terribles que se cantan por soleá, por malagueñas, por seguiriyas. El desastre de la taranta es una metáfora de lo que pasó: la melodía más extraña, más radical, de la amplia baraja melódica de lo jondo, quedó convertida en una golosina, en una canción de dulce. No es que nos amargue un dulce, que nos guste sufrir. También el gozo, el instinto de vivir, la conciencia de ser, es una expresión radical del ser humano. Toledo trasmite mucha vida, mucha energía, mucha entrega. La pena, para mí, es el mensaje.
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