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Cultura

Un gran ejercicio de estilo

Muchos piensan que después de montar a Shakespeare se puede hacer cualquier cosa. Y eso es lo que ha demostrado el Teatre Lliura al poner en escena la novela póstuma del chileno Roberto Bolaño, 2666. Más de mil páginas en las que se mezclan el relato épico, el género policial, la filosofía, la crítica literaria, y otros elementos en cinco partes bastante diferenciadas.

El trabajo de Pablo Ley y Alex Rigola ha sido ejemplar, adaptando ese río de palabras al oído humano y tratando de dar coherencia a todo el conjunto, si bien se echa en falta un hilo conductor más sólido que la presencia o la referencia de algunos personajes.

La adaptación, sin embargo, no da lugar a una dramaturgia teatral en sentido estricto sino que en algunas partes impera claramente la narración, es decir, unos actores, con micrófonos incorporados, que miran al público y le cuentan... Estupendos actores de prodigiosa memoria, eso sí, y perfectamente dirigidos en lo que se refiere al ritmo general y a los innumerables matices que poseen sus palabras, cargadas de acontecimientos que no vemos. Así sucede en la primera parte, en que cuatro críticos literarios hablan de ellos mismos y del objeto de sus investigaciones, el escritor Benno Von Archimboldi; y en la segunda, si bien ésta nos traslada ya a la ciudad mexicana (trasunto de Ciudad Juárez) en la que se produjeron casi tres mil asesinatos de mujeres de todas las edades, en su mayoría trabajadoras de las maquilas.

La tercera y la cuarta son, sin duda, las más teatrales. En la tercera, en la que varios personajes de la ciudad mexicana se reúnen en torno a un combate de boxeo, el diálogo se adueña del espacio y aparece el Rigola más auténtico, el más sabio, con sus grabaciones, su dominio del grupo casi lumpen y de las acciones simultáneas. En la cuarta, el escenario se amplía -por fin- y se busca a los asesinos ante el cuerpo de la última víctima: una muchacha desnuda y ensangrentada que amplifica al micrófono sus desgarrados lamentos mientras el grupo de policías, en un bosque de cruces, cuenta chistes machistas. Una escena alargada, como todas, pero llena de efecto que, llegados a la medianoche, parecía un apropiado final. Pero aún faltaba una quinta parte, desvelar al escritor inicial, Archimboldi, aunque la vuelta al tono narrativo en una escena de cincuenta minutos cuyo único movimiento en ocasiones era el del humo del cigarrillo de la protagonista y el de las fábricas que se veían en pantalla, apagaron un tanto al público a pesar de su indudable perfección formal.

La puesta en escena resulta impecable y, con los cuatro descansos, la pieza se sigue con gusto; se acepta la elección de Rigola, pero 2666 no es La Iliada ni el Mahabharata, ni el Ulises... Y, francamente, cinco horas nos parecen demasiadas.

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