Teatro Central

Guillermo Weickert, un talento que no precisa mapas

Alberto Lucena y Luna Sánchez, en una escena de ‘Luz sobre las cosas’.

Alberto Lucena y Luna Sánchez, en una escena de ‘Luz sobre las cosas’. / Marta Morera

Cuando fue galardonado con el Premio Salvador Távora a su trayectoria, el pasado verano en la última edición de la Feria de Artes Escénicas de Andalucía, el coreógrafo, director de escena e intérprete Guillermo Weickert (Huelva, 1974) mostraba en una entrevista a este periódico su recelo a ciertas inercias que percibía en la escena actual: señalaba que, quizás por la presión de programadores y teatros que demandaban por adelantado una sinopsis, muchos creadores empezaban a ensayar con una idea calculada que frenaba ese caudal de hallazgos y revelaciones, esa investigación sin red que debería ser toda práctica artística. "Se ha implantado", decía el onubense, "la necesidad de que tu discurso artístico esté claro y cerrado antes que la obra. Y a mí lo que me gusta es dar respuesta a retos (...) Me motiva meterme en una producción en la que pueda explorar la parte que menos conozco de mí, no desarrollar la que ya conozco".

Luz sobre las cosas, la obra que su compañía estrena este fin de semana en el Teatro Central (viernes y sábado), y que llevará también al Mercat de les Flors de Barcelona (3 y 4 de febrero) y al Teatro Alhambra (23 y 24 de febrero), puede entenderse como la culminación de ese camino en el que Weickert no ha querido aferrarse a los dictados de una brújula y se ha adentrado en zonas inexploradas. Tras propuestas como Go with the flow o Lirio entre espinas, el creador regresa con un proyecto "sin mapa" que rehúye de "mensajes y temas explícitos", una celebración del ritual escénico que integra la luz, el sonido y las atmósferas dentro de la dramaturgia y que apela a aquello que no se puede acotar con palabras.

La singularidad de Luz sobre las cosas es que se trata de un viaje compartido en el que Weickert se alía con Miguel Marín, Árbol, creador del espacio sonoro; Benito Jiménez, diseñador de la iluminación; o Luna Sánchez y Alberto Lucena, que coinciden con Weickert sobre las tablas como bailarines e intérpretes. José María Sánchez Rey, que ha concebido el espacio escénico, Victoriano Simón, que ha diseñado el vestuario, y Manu Meñaca, responsable del sonido inmersivo, son otros coautores en una obra que ha alterado el orden frecuente de los ensayos para buscar la fecundidad del diálogo.

Miguel Marín, Luna Sánchez y Guillermo Weickert. Miguel Marín, Luna Sánchez y Guillermo Weickert.

Miguel Marín, Luna Sánchez y Guillermo Weickert. / Juan Carlos Toledo

"El proceso de creación de la luz o de la música ha ido en paralelo al desarrollo del movimiento. Tuvimos residencias técnicas cuando la pieza dancística no estaba terminada, lo que no es frecuente, y eso ha sido un estímulo para los bailarines y un estímulo para nosotros", afirma Benito Jiménez. "No había una propuesta coreográfica, una de luces y otra musical, todo se ha entrelazado", añade Weickert. "La relación del equipo era más importante que lo que traíamos como punto de partida. La colaboración de unos y de otros ha añadido muchas capas y mucha complejidad". Para Miguel Marín, la experiencia ha sido memorable: "En otros encargos creas a kilómetros de los bailarines, aquí muchos sonidos salieron de los sitios donde hemos estado trabajando, de los pasillos del Estadio de la Cartuja o los baños de La Térmica. Y entre todos había una mezcla de edades, de momentos vitales y profesionales muy enriquecedora".

El coreógrafo considera un "triunfo personal" haber forjado junto a profesionales "de altísimo nivel" la dramaturgia de su nuevo espectáculo. "Un equipo así", reflexiona Weickert, "me ha dado seguridad para sentirme libre y no ceder a las presiones del mercado, a lo que piden los teatros, a ese esquema de qué es un espectáculo de danza y qué no lo es", dice este intérprete curtido junto a creadores y compañías como Sol Picó, Àlex Rigola o Baro d’evel. "En las artes escénicas, como ocurre con el patriarcado, también hay ideas que te inoculan y ante las que hay que desprogramarse y deconstruirse. Esta obra ha sido como un exorcismo, y cuando te sacudes el polvo te quedas muy a gusto".

“Queremos que el público nos diga de qué le habla a ellos nuestro trabajo”, afirma Weickert

El pensamiento del arquitecto Peter Zumthor es uno de los hilos que atraviesa Luz sobre las cosas. Del mismo modo que el suizo reivindica la capacidad para crear atmósferas habitables, Weickert se cuestiona el poder de "esos ojos ciegos que hay en las ciudades, los teatros" para brindar un misterio que fascina al espectador. No hay señalética, afirman los responsables del montaje, pero sí la promesa de que el público volverá "sano a casa". El director cuenta que los alumnos de un instituto de Punta Umbría –una de las residencias que ha tenido el equipo– pasaron de "la algarabía adolescente del principio" a la atención cómplice y al coloquio posterior. "Todos nos dijimos: Esto es lo que queríamos. Que lo que planteamos no necesite ni mapa ni explicación. Que no le digamos a la gente qué tiene que sentir, que sean los espectadores los que nos digan de qué les habla a ellos nuestro trabajo. Uno viene al teatro a descubrir cosas que no sabía, también de uno mismo".

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