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Crítica de Teatro

Qué hacer con el viejo nuevo tema

El viaje del hiperrealismo al realismo sucio no le sienta del todo bien a Juan Dolores Caballero, que nos gusta más cuando se pasea por el callejón del Gato.

En Dos, que inspiran Ibsen, Bukowski, Naranjo, Burroughs y Albee bajo el ideario de la circulación de intensidades entre escena y patio de butacas, no encontramos ni el espejo en el que mirarnos ni la catarsis que nos removiera por dentro: más bien confusión en el planteamiento e indefinición en el tono. En el conflicto in medias res que suelta a una pareja en desmoronamiento en la bambalina de un bar cerrado hablan poco los cuerpos y demasiado las palabras, como muy preocupadas en explicarlo todo en demasiado poco tiempo: no basta con abrir una decena de botellines de cruzcampo mientras se acumulan los diálogos y narraciones hirientes del pasado desgraciado... hay que inventar más, porque si no la realidad siempre lo supera todo (la Menken, la gran cineasta en que se inspirara Albee, disparaba dentro su casa, pero con balas de verdad).

Los problemas de ritmo y estilización se agravan con el personaje del terapeuta que llega al bar, un coach bilingüe que interrumple la función con espíritu brechtiano y que bien hubiera servido de contrapunto irónico o diana de una necesaria crítica a los engaches psicológicos actuales. Su frágil estatuto y esta apertura del dos al tres necesitan repensarse.

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