Una historia del cielo

Mirar los cielos | Crítica

Paidós publica Mirar los cielos, obra divulgativa de la astrofísica Monserrat Villar Martín, donde se ofrece una visión conjunta, a través de las artes y de las ciencias, de cómo el ser humano ha concebido el universo a lo largo de los siglos

El astrónomo. Johannes Vermeer. 1668
El astrónomo. Johannes Vermeer. 1668
Manuel Gregorio González

19 de octubre 2025 - 06:00

La ficha

Mirar los cielos. Montserrat Villar Martín. Paidós. Barcelona, 2025. 272 págs. 24 €

El subtítulo de la obra, firmada por la astrofísica Monserrat Villar Martín, indica ya al lector el componente histórico y el matiz cultural con que aborda esta aproximación divulgativa al orbe celeste: “Una historia del cosmos a través de la ciencia y el arte”. La autora acude a un término reciente, “tercera cultura”, para expresar su voluntad de amalgamar, en un mismo discurso, cuanto las ciencias y las humanidades han dicho separadamente. Tal término no implica, sin embargo, algo distinto a la historia cultural que inaugura Burckhardt a finales del XIX; sí comportará, no obstante, su aplicación a una temática particular, y su evolución a lo largo de los siglos.

'Mirar los cielos' presenta una visión sumaria del cosmos, a través de algunos de sus aspectos significativos

Lo que se expone en Mirar los cielos es, pues, la diversa explicación que el ser humano ha ofrecido a los interrogantes que arroja la bóveda celeste. Una explicación que se sustanció en muy variados soportes (pinturas, construcciones, calendarios, mapas, bestiarios, pórticos, misales, enciclopedias, etcétera), y a cuyo avance concurrieron numerosos utensilios técnicos, desde la brújula al telescopio y del astrolabio al reloj, como impulsores de una forma más precisa de conocimiento. Naturalmente, una historia de la astronomía en la que entraran todas las variables arriba enunciadas, no sería practicable en una obra de ambición pedagógica como la actual. Pero sí es posible presentar una visión de conjunto, abordando el tema (esto es, la concepción del cosmos, desde el albor del hombre a nuestros días), a través de algunos de sus aspectos significativos. A partir de un capítulo inicial, donde se establecen las primeras hipótesis sobre la estructura y la naturaleza del cosmos (¿geocéntrico, heliocéntrico, ninguno de los dos?), el resto de los capítulos, hasta llegar a siete, exploran esta evolución del saber mediante facetas o materias concretas: la mitología, la ciencia oracular del astrólogo, la luna, los cometas, el tiempo y la vida extraterrestre. Bien aprovechados (como es el caso que nos ocupa), a través de tales asuntos se puede establecer una historia sumaria de nuestra especie; y junto a ella, una pequeña y esclarecedora historia del arte. Como sabemos, la luna de las Inmaculadas de Murillo no es la misma que concibieron Kepler, Verne, Luciano de Samósata o el Munchausen de Raspe. Cada una de ellas, sin embargo, encierra una muestra expresiva de su época. Por igual motivo, de las esferas aristotélicas a la gravedad de Newton hay una secuencia de hechos y suposiciones que desfiguran sustancialmente el mundo antiguo. De tal manera que no es aquel cosmos entrelazado y finito que llega hasta Copérnico y Kepler, sino un universo vastísimo y en expansión, con partículas y fuerzas difícilmente comprensibles, el que hoy nos alberga.

Como hemos dicho, una de las consecuencias de abordar fragmentariamente tales materias es que permite una rápida y sumaria visión de conjunto. Otra ventaja será la de presentar un hecho o un concepto como el fruto de factores de muy distinto orden. Es así como el arte, la religión, la ciencia, la política, la técnica, la mitología, contribuyen a componer la silueta total de un fenómeno (el significado de los cometas en Giotto, la posibilidad de una vida extraterreste) eludiendo cualquier forma de anacronismo.

En lo que respecta a los cometas, considerados como mensajeros celestes, como errante depósito de miedos y prejucios, recordemos que todavía en 1910 el paso del Halley provocó algún suicidio en París, debido a la advertencia del astrónomo Flammarion, quien señaló la presencia de cianuro en su cola. Por lo que atañe a la vida fuera de nuestro planeta, digamos que tal especulación le costó la vida a Giordano Bruno; y que, ya a comienzos del XX, Shiaparelli y Lowell conjeturaron la probabilidad de una vieja civilización marciana, absorta en la construcción de canalizaciones que atravesaban ambos hemisferios. En el mismo sentido, Villar Martín destacará, entre no pocos asuntos, que la astrología fue un método de conocimiento plausible (de las Etimologías de San Isidoro a los Pronósticos de Torres Villarroel), que solo muy tardíamente ha sido orillado, gracias una mayor pericia y exactitud científicas. También viene a recordar este libro, con pronuciada y fácil solvencia, que tanto el arte como las ciencias son formas de conocimiento que hasta época reciente no se han deslindado con nitidez. Traigamos aquí el ejemplo de Leonardo da Vinci, de quien no cabría diferenciar su robusta aptitud científica de sus habilidades artísticas. No en vano, esta misma comunidad de las artes y las ciencias -piénsese en El astrónomo y El geógrafo de Vermeer, y antes Piero della Francesca- aún será común en el XVIII de Goethe y los hermanos Herschel.

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