De una gris Viena a un lúcido Vinteuil

Naya & Yaroshinsky | Crítica

Jaime Naya y Andrey Yaroshinsky en la sala de cámara del Maestranza
Jaime Naya y Andrey Yaroshinsky en la sala de cámara del Maestranza / Guillermo Mendo

La ficha

NAYA & YAROSHINSKY

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Alternativas de Cámara (Juventudes Musicales). Jaime Naya, violín; Andrey Yaroshinsky, piano. Programa:

Ludwig van Beethoven (1770-1827): Sonata para violín y piano nº1 en re mayor Op.12 nº1 [1797]

Clara Schumann (1819-1896): Tres romanzas para violín y piano Op.22 [1853]

Cesar Franck (1822-1890): Sonata para violín y piano en la mayor [1886]

Lugar: Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza. Fecha: Martes, 18 de febrero. Aforo: Casi lleno.

La Sonata para violín y piano nº1 de Beethoven es obra que aún parece mirando a Haydn (en las variaciones del Andante) y a Mozart (en ese arranque casi concertante del rondó final), pero ya es Beethoven. Costó adivinarlo en un inicio de concierto más bien errático, en el que el sonido de Naya resultó grueso, áspero, poco definido y falto de sutileza y el acompañamiento de Yaroshinsky no pasó de lo funcional. Inane, inexpresivo el bello Andante con variaciones, la cosa mejoró algo en el último movimiento, cuando el joven violinista madrileño pareció al fin cómodo con su compañero y pudo poner en juego la tersa brillantez de su sonido.

A las Romanzas Op.22 de Clara Schumann no las benefició el vibrato estructural del violinista. Son piezas sencillas, puras melodías que ganan en una interpretación más recogida. Tampoco Yaroshinsky despegó en su papel de mero sostenedor del compañero.

Todo cambió con la Sonata de Cesar Franck, una de las cumbres del repertorio, y en la que el papel del piano se iguala con el del violín. Y lo cierto es que desde el mismísimo arranque de la obra, Yaroshinsky parecía otro, implicado, apasionado, cálido. Naya se acomodó perfectamente a su compañero, pasó a usar el vibrato de forma más ornamental y se movió con mucha mayor finura entre registros, consiguiendo contrastes de color (segundo movimiento), dinámicas mucho más sutiles y una intensidad que se hizo paroxística al final de ese Allegro. El buen equilibrio entre los dos intérpretes se hizo aún más evidente en el bellísimo canon del final, que empezó derrochando lirismo y creció en fogosidad, ahora con Naya absolutamente resuelto a mostrar la agilidad de su arco y el refulgente sonido del que es capaz. Hasta Vinteuil, aquel personaje de Proust que componía una sonata como esta, se habría conmovido.

Habida cuenta de que el Maestranza sigue sin proporcionar programas de mano a los espectadores bien haría Juventudes Musicales en asumir esa labor imprescindible cuando se implica en la organización de los conciertos. En lugar de un papelito con los próximos conciertos y las normas de inscripción en el club, uno que incluyera datos fundamentales para el seguimiento del espectáculo: nombres y fechas vitales de los compositores, títulos completos de las obras con fechas de composición, movimientos de las obras en detalle y nombres de los intérpretes. Vamos, eso que era normal hasta hace nada en las salas de concierto del mundo entero. Así posiblemente habría menos desconcierto, menos aplausos a destiempo (en esta ocasión, ha superado con creces lo patético) y menos pantallas encendidas en el patio de butacas. Así contribuiría a una tarea irrenunciable e inaplazable de los programadores: la formación de público. Ganaríamos todos.

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