Fallida didáctica de violonchelos

López Escalona & Mata | Crítica

Javier López Escalona y Aldo Mata en el Alcázar / Actidea

La ficha

LÓPEZ ESCALONA & MATA

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XXVI Noches en los Jardines del Real Alcázar. Javier López Escalona y Aldo Mata, violonchelos.

Programa: España y el violonchelo: del Renacimiento a nuestros días (obras de Ortiz, Vitali, Greco, Paganelli, Porretti, Supriani, Vidal, Boccherini, Popper, Franchomme, Falla, Giménez).

Lugar: Jardines del Alcázar. Fecha: Jueves, 21 de agosto. Aforo: Tres cuartos de entrada.

Si la idea era hacer que el público entendiese la evolución de la música española para violonchelo desde el Renacimiento (sic) hasta nuestros días (otro sic), fracaso rotundo. Si usted quería escuchar a dos estupendos violonchelistas de dos generaciones diferentes –maestro (Mata) y discípulo (López Escalona)– tocando juntos y mostrando un sonido brillante y una técnica extraordinaria, igual le sacó partido al concierto. Aunque si quiso disfrutar de un programa de músicas de primer nivel, se lo pusieron bastante difícil, pues todo terminó en el encadenamiento de una serie fragmentaria de piezas de varios siglos en general ligeras, uniformadas en estilo (pese al cambio de arco de Mata: no se pudo explicar peor), y por completo fuera de contexto.

Desde la prehistoria del violonchelo (Ortiz, cuando el violonchelo como tal en realidad no existía: escribió con seguridad para las violas) hasta los albores del siglo XX (arreglos de Falla y Giménez) los intérpretes esbozaron una suerte de concierto didáctico seguramente demasiado ambicioso. No era el formato adecuado, pues algo así habría requerido explicaciones mucho más claras, precisas y profundas para que el público comprendiera la evolución de esos instrumentos híbridos usados como bajo del violín en el XVI hasta su normalización en el XVIII y sus cambios posteriores, el paso de un instrumento básico de acompañamiento, empleado para el bajo continuo, a su eclosión como solista. Si la idea era enfocarlo en España (como decía su título), puede entenderse empezar en Ortiz, pero ¿por qué irse a Vitali (escuela boloñesa) para explicar justo ese salto a la música solística y eludir a Bach o a Vivaldi? Luego el recital se centró en la música cortesana del XVIII: Greco trabajó en la Capilla Real napolitana, Supriani, Paganelli, Porretti, Vidal y Boccherini lo hicieron en Madrid, vale, pero decir de “este tocaremos tres” (¿tres qué?) y de este otro una (el movimiento lento de un Concierto de Porretti nada menos) sin apenas referencias a lo que eran obras originales y lo que eran arreglos, sin apenas alusiones a los estilos ni a los géneros (“unos dúos y dos movimientos de una sonata para dos violonchelos de Boccherini...”) hizo imposible entender la lógica que había detrás de la propuesta. Luego llegó el siglo XIX y apareció David Popper, un virtuoso checo cuya relación con España nos quedamos sin saber, o Franchomme, cuando Aldo Mata mencionó a Víctor Mirecki como si fuera el nombre más popular de la historia de la música española. Imposible de seguir no ya para el público variopinto del Alcázar, sino para un melómano medio. El carácter fragmentario de lo que se ofreció tampoco ayudó en absoluto. Y es que sin un guion bien trabajado este tipo de conciertos suelen acabar así: mal.

El mejor resumen se lo escuché a un espectador a la salida: “A este concierto había que venir estudiado”. Y no se trataba de eso, ¿verdad?

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