In memoriam

Entre las letras y la música

  • Tributo a Ángel Gómez Aparicio, el primer crítico de jazz de este periódico, fallecido esta semana

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1-S18_2305d / Agata Romero

Se nos ha ido de repente, cuando nadie podía ni imaginarlo. Un infarto fulminante nos ha privado de una energía en plenitud y de una abrumadora vitalidad, una desbordante pasión por la música, las letras y los amigos. Decir que Ángel Gómez Aparicio (Sevilla, 1961-2018) era gestor cultural y crítico musical solo sirve para definir con unas pocas palabras asépticas una impecable condición profesional. Compañero infatigable en el área de Música de la Agencia Andaluza de Instituciones Culturales desde 2001, ejerció su trabajo con una dedicación y una discreción admirables: colaboró de forma determinante en los ciclos de jazz y de música contemporánea del Teatro Central de Sevilla y en una infinidad de tareas repartidas por todo el mapa de la cultura andaluza. Siempre lo hizo, doy fe, desde la humildad de un hombre sabio y desde la entrega de un colaborador diligente y minucioso, pero siempre también aplicando un conocimiento enciclopédico, una erudición musical y literaria que no dejó de incrementar y de compartir de forma extremadamente generosa desde sus años de formación en la Universidad de Sevilla, como alumno de Filología inglesa. No cejó hasta encontrar su terreno más propicio: la complementariedad de las letras y la música. Costó convencerle para que compartiera públicamente sus conocimientos sobre la música de jazz, un terreno en el que difícilmente tenía rival: a mediados de los 80 comenzó a escribir, en la ya histórica revista Cuadernos de Jazz, su primeras reseñas musicales, siempre pulidas como un diamante y en todo momento eludiendo los lugares comunes y cualquier atisbo de componenda ajena a sus convencimientos. Colaborador también de otras publicaciones, como MasJazz, siempre dejaba en sus escritos su marca inconfundible: el criterio insobornable, la precisión en el lenguaje, la escucha atenta al detalle y el giro imprevisible en la expresión.

Gómez Aparicio formó parte, en 1999, del deslumbrante elenco de colaboradores del inolvidable Culturas de este Diario de Sevilla, suplemento que comandaba Alberto Marina con temple y singular sabiduría en una redacción en la que los conocimientos de música, de letras, de artes escénicas o de plástica se trasvasaban con la naturalidad que es propia de los que saben que la creatividad proviene de esa misteriosa fuente común que no conoce fronteras de géneros ni estilos. Siempre desde la integridad que le caracterizó, y por evitar cualquier conato de incompatibilidad profesional, renunció de forma taxativa a sus reseñas en Diario de Sevilla desde el momento en que comenzó a trabajar en la administración pública. Nunca, sin embargo, dejó de compartir de una forma permanente y generosa su inagotable afán de conocimiento: bastaba con preguntarle por alguna lectura recomendable o alguna escucha reciente para que te dispensara en cuestión de minutos de todo un catálogo de sorpresas deslumbrantes.

Extraña combinación de espíritu extremadamente reservado y de expresividad explosiva, de fobias bien definidas y de filias sin medida, Ángel Gómez Aparicio siempre fue un ejemplo de integridad y de entrega a sus tareas profesionales, a sus aficiones, a sus amistades y en particular a su hijo, a reason to live, tal como decía con su impecable inglés incluso antes del nacimiento de su adorado Ignacio. Ángel fieramente humano, por utilizar las palabras del poeta, niño grande con risa gigante, hombre sabio y amigo sin límite de sus amigos, a los que seleccionaba con la misma precisión con la que escogía el disco o el libro que iba a incrementar su ingente colección de afinidades. Han sido muchos años de encuentros y desencuentros, de palabras y silencios, de trabajo compartido y de vivencias comunes. Pero te has ido muy temprano, demasiado pronto, compañero.

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