"Los libros de autoayuda son las biblias de ahora"

El chileno Hernán Rivera Letelier narra la peripecia de un predicador en 'El arte de la resurrección', Premio Alfaguara

Hernán Rivera Letelier, defensor de un realismo poético.
Hernán Rivera Letelier, defensor de un realismo poético.
Braulio Ortiz / Sevilla

29 de mayo 2010 - 05:00

El chileno Hernán Rivera Letelier sentía que la idea de escribir un libro sobre el Cristo de Elqui, un predicador medio analfabeto que pese a sus limitaciones lograba embelesar a quien oía sus prédicas, le perseguía "desde niño". Al final, el relato de este delirante vagabundo fue su undécima novela, pero el autor llevaba tiempo comprobando en la redacción de los libros anteriores que se le colaba el personaje "hasta en historias sobre putas, donde no debería tener cabida".

La conversión en novela del Cristo de Elqui, Domingo Zárate Vera, con el título de El arte de la resurrección, le trajo a Rivera Letelier la sensación de que el iluminado había vuelto a hacer "un milagro", cuando la obra se llevó el Premio Alfaguara gracias un jurado que celebraba la "geografía personal" del narrador "a través del humor, el surrealismo y la tragedia" y que identificaba en los personajes ecos de Valle Inclán, García Márquez o Vargas Llosa.

Más allá de la satisfacción del reconocimiento, Rivera Letelier siente que sólo él podía dar forma a El arte de la resurrección: pasó 45 años en el desierto que retrata el libro, y es hijo de un predicador evangélico "que cuando empezaba a hablar hacía que la gente se parara a escucharlo". Razones por las que el autor sostiene que su creación tiene "mucho" de autobiográfico. "Yo me diferencio de un intelectual, yo soy un contador de historias. El intelectual trabaja con conceptos, con ideas. Yo lo hago con la intuición, con la imaginación, con la memoria. Y no podría haber hecho este libro si no hubiese vivido en el desierto y viniera de una casa evangélica, donde lo único que se podía leer era la Biblia", asegura.

El retrato de los delirios del protagonista no está reñido con el mensaje social. Rivera Letelier expresa que "siempre" que escribe sobre el desierto, un paraje inhóspito escenario de "injusticias y de matanzas", le aflora un tono "comprometido, panfletario incluso". El escritor defiende que su ficción, ambientada en los años 40, contiene algunas claves "que se pueden aplicar al día de hoy" y añade que "es bueno para la soberbia del hombre volver la cabeza de vez en cuando y contemplar su propia mierda".

Pero, denuncias aparte, El arte de la resurrección es una fábula plagada de momentos surrealistas. "El humor es fundamental para vivir, y en literatura me sale solo. Soy lo menos solemne del mundo", explica Rivera Letelier, quien se mira en el espejo de sus maestros: Cortázar, alguien "muy lúdico", y Cabrera Infante, "un gran humorista con sus juegos de palabras". El escritor conserva la ironía, no obstante, como una herencia del desierto, donde la gente gastaba "un humor épico, ha vivido tragedias inmensas y ha aprendido a reírse de ellas".

Rivera Letelier sí parece haberse desprendido de otra de las constantes de su pasado, esa fe que difundía su padre. "Me he alejado completamente de las religiones. Lo vivido en la infancia fue como una vacuna, me vacuné contra los predicadores, incluso me vacuné contra Dios. Pero cuando escribo sobre esos temas lo hago con mucho cuidado: no le voy a faltar al respeto a mi viejo". Un descreimiento que comparten, apunta, muchos de sus coetáneos. "Pienso que de un tiempo a esta parte la gente está abriendo los ojos, y viendo que los santones eran unos fantoches. Pero, como la sociedad necesita espiritualidad, los hombres están cayendo en los libros de autoayuda, que son como las biblias de antaño, algo que encuentro peligrosísimo", advierte.

El autor, poseedor de una consolidada trayectoria que le ha reportado, entre otras distinciones, el nombramiento de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, señala que su realismo es más "poético" que "mágico". Lo que pretende el novelista con este libro es "traspasar el espíritu de la poesía a la prosa, pero sin esa cosa almibarada de la prosa poética". Rivera Letelier busca que su lenguaje "sea como viajar en tren, un tren con muchas paradas: que el lector goce del viaje, que no piense en llegar pronto al destino".

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