Arrancar el olivo muerto
Los Tortuga | Crítica

La ficha
**** 'Los Tortuga'. Drama, España-Chile, 2025, 105 min. Dirección: Belén Funes. Guion: Belén Funes, Marçal Cebrián. Fotografía: Diego Cabezas. Música: Paloma Peñarrubia. Intérpretes: Elvira Lara, Antonia Zegers, Mamen Camacho, Pedro Romero, Bianca Kovacs, Lorena Aceituno, Sebastián Haro.
Si La hija de un ladrón era la crónica de una compleja relación paterno-filial, es ahora la ausencia, grave, dolorosa, traumática, de un padre la que articula el segundo y extraordinario filme de Belén Funes. Los Tortuga se abre en los olivares de Sierra Morena en Jaén, en plena recogida de la aceituna. Uno, que se ha criado allí, no recuerda haber visto nunca esas faenas en la pantalla, no digamos ya con tanta autenticidad. La película ya nos tiene ganados en su mirada etnográfica y en su verismo sin imposturas, mezclando a los lugareños, su habla y su trabajo con esa adolescente (Elvira Lara) que nos introduce en el relato. Sobre ella pesa el duelo en fase aguda, acrecentado con la llegada desde Barcelona de una madre chilena (Antonia Zegers) que lo redobla en su silencio y su contención siempre a punto de estallar.
Los Tortuga es el nombre que se les daba a esos inmigrantes andaluces que se echaban la casa encima en busca de trabajo en el Norte o en el extranjero. Apenas una foto en blanco y negro colgada en la pared es suficiente para recordarnos la historia de un siglo y un país de emigrantes y trabajadores precarios, el pasado de las generaciones precedentes cuyo esfuerzo y sacrificios siguen resonando en el presente.
Pero la campaña de la aceituna llega a su fin y la estrecha convivencia familiar con las raíces (del padre) se acaba para regresar a la ciudad (Barcelona). Allí las cosas tampoco son más fáciles: el inicio de los estudios en la universidad, la madre que se gana el sueldo conduciendo un taxi por las noches, el acecho miserable de los especuladores inmobiliarios, la búsqueda de un nuevo lugar donde vivir… La película se abre así a una relación entre madre e hija horadada por las circunstancias y ese dolor intenso, casi asfixiante, que no permite aún cerrar su compartida herida primigenia mientras la vida aprieta sin prórrogas. Funes no se esfuerza por atemperar el drama ni por mejorar a sus personajes: mujeres confusas, tozudas, asustadas, imperfectas, que se quieren entre silencios, reproches, gritos y golpes, incapaces de dar ese paso que las libere para ponerse de nuevo en marcha.
La salida al atolladero tal vez pase por un regreso y una firma, por arrancar finalmente ese árbol muerto que afea el terreno para la venta y el adiós definitivo. Los símbolos se hacen explícitos y las cicatrices se van cerrando. Aun así, Los Tortuga se reserva siempre pequeños e inesperados gestos de elocuencia y madurez, un triple corte de montaje sobre tres mujeres de tres generaciones, una vídeo-llamada a distancia entre otra madre y otra hija… La película va anudando sus cuerdas para trenzar su sólido entramado entre lo particular y lo histórico, entre lo personal y lo colectivo (lo político). Asuntos y formas de una gran película.
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