El lugar y los ritmos de la luz
El norteamericano James Turrell recuerda las arquitecturas sagradas con la pirámide que ha construido en Montenmedio, a unos pocos kilómetros de La Barca de Vejer
La pirámide y la estupa suelen tenerse por arquitecturas sagradas. Simbolizan el universo y de algún modo lo sintetizan. Quizá el rigor geométrico de sus formas tenga que ver con la voluntad de representar el cosmos como totalidad, desnudo de referencias naturalistas: a las limpias aristas y el agudo vértice de la pirámide, la estupa opone una base cuadrada y una cubierta en semiesfera coronada por un cono y por círculos decrecientes. Si en esta estructura ven los expertos una gradación de los cuatro elementos, muchas tradiciones vieron en la pirámide una desnuda metáfora de la relación del sol con la tierra.
James Turrell (Los Ángeles, 1943) ha construido en Montenmedio, a pocos kilómetros de La Barca de Vejer, camino de Tarifa, una pirámide y una estupa. No es la única pieza de interés que ofrece la dehesa Montenmedio (fundación NMAC). El paseo (tomado con calma son casi dos horas) permite medirse con una potente construcción de Sol LeWitt: escuetos bloques de hormigón (típicos de la ascética minimal) forman también una pirámide en la que el peso y la solidez se equilibran con la agilidad del ritmo. La breve depresión en que se sitúa realza la obra a la vista, mientras que al acercarse se advierte un sugerente juego de escalas. Olafur Eliasson (Copenhagen, 1967) ha construido una pared formada de hexaedros de barro vidriado con base de espejos que contrasta con los pinos y el monte bajo que la rodea a la vez que los duplica y refuerza su luz. La reflexión espacial de Susana Solano (Barcelona, 1946), mucho más silenciosa, es otra pieza de interés, como las fotografías de un proyecto de Santiago Sierra (Madrid, 1966) y el recinto construido por Huang Yong Ping (Xiamen, China, 1954), ambos en los recintos previos al parque.
Second Wind, la obra de James Turrell, ocupa una pequeña loma abierta al cielo. Un breve pasadizo permite la entrada al recinto cuyo interior es un tronco de pirámide. Los muros inclinados de hormigón son rojizos, del color de la arcilla, mientras que el intenso azul del estanque cuadrado alude a otra dominante del entorno, los mares del Estrecho. La firme dureza de las paredes contrasta con el agua que, de modo casi insensible, fluye. Pero en esta suerte de claustro ocurren más cosas: el aire se adensa y forma una nube de vapor en torno al culmen de la estupa, situada en el centro del estanque, y el cielo, enmarcado por el cuadrado de la pirámide truncada, cobra especial protagonismo al percibirse separado de su relación habitual con árboles, colinas o playas, y ceñido por formas geométricas. Hay algo en la memoria que empuja hacia el Patio de los Arrayanes, aunque en la obra de Turrell la sencillez es menor o el artificio más notorio.
El estanque se interrumpe para dar entrada a la estupa. De nuevo la geometría: un tronco de cono invertido coronado por dos cuartos de esferas que parecen abrirse suavemente en torno a un gran óculo. El círculo permite una mirada aún más abstracta del cielo, separado de cualquier anécdota, penetra en la estupa y las cambiantes luces del día convierten a la bóveda del recinto en figura de la del universo.
James Turrell es un artista de la luz y de los espacios de la luz, interesado además en analizar cómo percibimos la una y los otros. Hace unos quince años, en una muestra suya en Madrid, se hicieron pacientes colas para entrar en sus cabinas, similares a las de teléfonos. En ellas la luz cambiaba casi insensiblemente del rojo al azul mientras poco a poco llegaba a oírse un suave rumor de viento. Aquellos microespacios experimentales anticipaban de algún modo la propuesta de Montenmedio en la que sorprende la exactitud con la que el trazado logra el necesario aislamiento del visitante para que adopte algo bien insólito en nuestro tiempo: una actitud contemplativa.
Cuando se celebró su muestra madrileña, Turrell llevaba ya década y media trabajando en su gran proyecto, aún inacabado, el Roden Crater, un volcán extinguido en Arizona que compró y dotó de galerías interiores y recintos donde la percepción del cielo y su variable luminosidad, en pleno desierto, es mucho más pura.
Entre aquellas obras de laboratorio y el ambicioso proyecto del Roden Crater cabe situar Second Wind. Los habituales del Estrecho, que saben de las soledades del faro Trafalgar o de las rocas de Punta Paloma, imaginarán fácilmente que esta obra cambia: captará las más diversas luces, a lo largo del día y a lo largo del año.
James Turrell. NMAC, Dehesa Montenmedio, Carretera A-48 (antigua N-340), km. 42,5. Vejer de la Frontera.
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