Cultura

18 de mayo de 1922: Ulises no pierde el tiempo

  • Se cumple un siglo del único encuentro entre Marcel Proust y James Joyce en París, en una fiesta en honor de los rusos Stravinsky y Diaghilev

18 de mayo de 1922: Ulises no pierde el tiempo

18 de mayo de 1922: Ulises no pierde el tiempo

18 de mayo de 1922. James Joyce (1882-1941) tiene 40 años. Marcel Proust (1871-1922) tiene 50. Este día aparentemente anodino puede considerarse uno de los más importantes en la historia de la literatura universal. Como un encuentro entre Joselito y Belmonte; o Cristiano y Messi. Pero los toreros hicieron el paseíllo muchas veces juntos; y los futbolistas se vieron hasta la saciedad en los campos de juego. Pero no constan más encuentros entre el escritor irlandés y el francés. Si fueran españoles, serían de la generación del 98.

Una neblina preside aquel encuentro. Que se vieron fue real. Lo que hablaron o se dijeron sigue siendo objeto de controversia. Las diferentes versiones de aquel encuentro las da Richard Ellmann en la biografía de James Joyce (Anagrama. Biblioteca de la Memoria). Como centauros del desierto, frente a frente. A un lado, el autor del Ulises, un libro sobre un solo día en Dublín (16 de junio de 1904) escrito en Trieste, Zurich y París entre 1914 y 1921, prácticamente los últimos años de vida de Proust. Al otro, el autor de A la busca del tiempo perdido.

Ese día, el novelista inglés Sidney Schiff invitó a Joyce “a una fiesta en honor de Stravinski y Diaguilev, después de la primera representación de sus ballets”. Un año antes, en 1921, estos dos artistas rusos, el compositor y el bailarín, estuvieron en Sevilla viendo las procesiones de Semana Santa. Dicen las crónicas que les impresionó oír la marcha Soleá dame la mano, de Font de Anta, inspirada en la saeta que le cantaba un preso de la cárcel del Pópulo (actual mercado del Arenal) a la Esperanza de Triana, y que Stravinsky oyó a la altura de la Puerta de la Carne cuando se la tocaban a la Virgen del Refugio de la cofradía de San Bernardo.

En su cronología de Marcel Proust, Mauro Armiño, autor de la edición aparecida en Valdemar/Clásicos, da más detalles sobre aquel encuentro. “Tras el estreno de Le Renard, de Stravinsky, los Schiff dan una cena en honor del compositor y de amigos suyos como Picasso, Joyce, Diaghilev y el propio Proust. Schiff propone al pintor español que haga un retrato de Proust. El encuentro de Proust y Joyce se resuelve en desencuentro”.

Indagando en la biografía de ambos escritores, son dos soledades que el tiempo rodeó de miles de lectores, también de detractores, solitarios que como en la marcha procesional se dan la mano o se la niegan según las diferentes versiones. “Joyce llegó tarde y tuvo que excusarse por no ir vestido de etiqueta. Dijo que no tenía traje formal”, escribe Ellmann, que añade que para disimular su azoramiento, “Joyce se dedicó a beber copiosamente”. Proust no tenía intención de salir de su apartamento. Joyce siguió a los Schiff hacia la puerta, “fue presentado a Proust y se quedó sentado a su lado”.

El biógrafo del irlandés da distintas variantes de su conversación. Según William Carlos Williams, Joyce dijo: “Tengo dolores de cabeza todos los días. Mis ojos son terribles”, a lo que Proust replicó: “Mi pobre estómago. ¿Qué voy a hacer? Me está matando. De hecho, tengo que irme enseguida”. Joyce está dispuesto a imitarlo y le dice: “… me iré en cuanto encuentre alguien que me lleve del brazo”. Según Margaret Anderson, Proust dijo lacónico: “Lamento no conocer la obra de mr. Joyce”, a lo que éste repuso: “Nunca he leído a mr. Proust”. El irlandés le contó a Arthur Power que Proust le preguntó si le gustaban las trufas y Joyce respondió afirmativamente. A lo que Power señaló: “He ahí a las dos figuras más importantes de la literatura actual. Y, sin embargo, se conocen y se preguntan uno a otro si le gustan las trufas”. Joyce se queja ante Jacques Mercanton de que “Proust sólo hablaba de duquesas, mientras que yo estaba más preocupado por las doncellas de éstas”. Ahí tenemos una lucha de clases en ciernes entre los dos escritores, duquesas contra criadas.

El irlandés dio una versión distinta de la conversación a su amigo el pintor inglés Frank Budgen: “Nuestra conversación consistió solamente en la palabra No. Proust me preguntó si conocía al duque de tal. Yo le dije No. Nuestra anfitriona preguntó a Proust si había leído tal parte de Ulises. Proust dijo No”. Y así. Naturalmente, era una situación imposible. Lo de Proust empezaba. Lo mío estaba terminando”.

Proust pidió al matrimonio anfitrión, los Schiff, que le acompañaran en taxi a su casa. “Joyce se metió en el mismo taxi que ellos. Desgraciadamente, lo primero que hizo fue abrir de golpe la ventanilla. Como Proust era muy sensible a las corrientes de aire, Schiff la cerró inmediatamente”. Cuando llegaron a casa de Proust, éste pidió que el taxi llegara a Joyce a su casa, pero se negó. “Seguía algo bebido y de hecho tenía ganas de charlar”. “El estilo de Proust no impresionaba a Joyce”, escribe Ellmann. En uno de sus cuadernos de notas, el irlandés escribió: “Proust, bodegón analítico. El lector termina la frase antes que él… Proust puede escribir; tiene una casa cómoda en L’Etoile, con suelo de corcho y corcho en las paredes para que no haya ruido. Yo, mientras, tengo que escribir en este sitio, con la gente que entra y sale. Me pregunto cómo puedo terminar Ulises”.

Proust murió el 19 de noviembre de 1922. James Joyce acudió a su funeral celebrado tres días después. El destino quiso que el centenario de la muerte del francés fuera el mismo año de la aparición de los primeros ejemplares de la novela del irlandés. Protagonistas de un encuentro tan importante como el de Boscán y Navagiero en los jardines del Generalife. En uno nació el Renacimiento. En la fiesta de los rusos nació la Modernidad. De las letras y las trufas.

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