Megalodón 2 | Crítica

¿Buena? ¿Mala? Es lo que es. Y eso le basta

Jason Statham, en 'Megalodón 2'.

Jason Statham, en 'Megalodón 2'. / D. S.

Cuando Tiburón rompió taquilla las pantallas se llenaron, además de estos escualos, de orcas y hasta de pirañas. Cuando Spielberg hizo su segunda jugada maestra con bichos –Parque jurásico- se llenaron de criaturas prehistóricas que realmente habían existido o inventadas. Hasta el venerable Godzilla fue resucitado. 30 años después del boom jurásico los dinosaurios (o sus primos hermanos fantasiosos) siguen llenando las pantallas, mientras que los escualos andaban de capa caída. Hasta Megalodón.

La serie de novelas de Steve Alten iniciada con Meg: A Novel of Deep Terror en 1997 fundió las dos modas impuestas por Spielberg -los bichos marinos y los prehistóricos- con el éxito suficiente para que Warner se interesara en producirla, Dean Georgaris y Jon y Erich Hoeber escribieran el guion y Jon Turteltaub la dirigiera en 2018 con ese digamos que poco sutil actor que es Jason Statham al frente. Y con tan buen resultado en taquilla que aquí tenemos su continuación.

El animalito es un antepasado de gigantescas proporciones del tiburón que la lógica del subgénero de novelas y películas de monstruos prehistóricos, iniciada por el gran Conan Doyle con El mundo perdido, publicada en 1912, que inspiró a Spielberg, trae al presente (dado que los dinosaurios y su parentela marítima no coexistieron con los humanos el cine ha preferido siempre, salvo que le diera por exportar a Raquel Welch a aquellos tiempos, importarlos a estos). Han echado a la producción, visto el éxito de la anterior, más millones. Lo que se traduce en más efectos especiales y más bichos.

Al frente está Ben Wheatley, un director inglés hecho a sí mismo desde las redes que fue obteniendo reconocimiento gracias a violentos largometrajes policíacos con toques de humor negro (Down Terrace, Kill List), comedias gamberras muy pasadas de rosca e igualmente negras (Turistas), terror (A Field in England) o erotismo retorcido (The Duke of Burgundy). Todo le fue bien hasta que tropezó con los grandes: su adaptación del maestro J. G. Ballard en High-Rise fue decepcionante y su versión de Rebeca un fracaso grotesco.

Wheatley es una pieza más de este engranaje, aunque él juegue a ser un verso suelto

Ha sido llamado a exprimir el megalodón aportando ese descaro y humor gamberro además del talento que indudablemente tiene y unas veces utiliza mejor que otras que le han permitido manejar con aire de independiente que va a lo suyo el gigantesco presupuesto de un blockbuster minuciosamente calculado por esta producción estadounidense con importante aportación de China para generar muchos más millones de los invertidos. Wheatley es una pieza más de este engranaje, aunque él juegue a ser un verso suelto. Y la operación sale bien para el público, al que le ofrece más, mucho más, que la primera entrega (más bichos, más subtramas, más personajes malvados o extravagantes); para el director, que corona su carrera en el cine comercial; y para la productora, que de seguro multiplicará los resultados de la entrega anterior (entre sus expectativas: la conquista del megalodóntico mercado chino gracias a la participación de capital de este país y la presencia de la estrella del cine de artes marciales Wu Jing).

Y a todo esto, ¿es una buena o mala película? Es lo que es. Y eso le basta.

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