Los ladrones somos gente honrada

Mi querida ladrona | Crítica

Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin en una imagen de 'Mi querida ladrona'.
Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin en una imagen de 'Mi querida ladrona'.

La ficha

*** 'Mi querida ladrona'. Drama, Francia, 2024, 100 min. Dirección: Robert Guédiguian. Guion: R. Guédiguian y Serge Valletti. Fotografía: Pierre Milon. Música: Michel Petrossian. Intérpretes: Arianne Ascaride, Jean-Pierre Darroussin, Gérard Meylan, Grégoire Leprince-Ringuet, Lola Reymark, Robinson Stévenin, Marilou Aussilloux.

Venimos escribiéndolo a cada nuevo estreno incluso con algún patinazo de por medio: el de Robert Guédiguian es ya un cine instalado en un territorio de certidumbres y rutinas, siempre fiel e incondicional a su troupe de actores de la casa, a la luz veraniega y cálida de la Marsella de los barrios populares y la periferia, igualmente insobornable en su aire de fábula política contemporánea y romántica sobre el devenir, la resistencia y las luchas aún pendientes de la clase trabajadora en tiempos de precariedad, gentrificación, hipocresía y aceleración capitalista.

Y en esas certidumbres cada nuevo filme viene a ser una pequeña modulación o variación sobre el anterior en busca de una nueva planta o una nueva habitación para esa gran casa habitable, aireada y familiar que es su filmografía desde Dernier eté (1981). En Mi querida ladrona, Ariane Ascaride es la protagonista-guía por un nuevo relato coral sobre esas gentes que batallan a diario por vivir sus vidas con la mayor dignidad y honestidad posibles, incluso, como aquí sucede, cometiendo pequeños delitos para ayudar a la familia y a la prole a tener un futuro mejor. Empleada del hogar para varios ancianos de la ciudad, María sisa de uno y de otro para poder pagar las clases de piano a su nieta hasta que un día se descubren los hurtos y las cosas y las relaciones se complican.

La anécdota sirve una vez más a Guédiguian para moverse entre personajes y sus circunstancias particulares, encarnados por los habituales Darroussin, Meylan, Boudet, Stévenin, Leprince o Naymark, y trazar con ellos un cuento moral sobre estos tiempos individualistas e insolidarios donde los más viejos y nobles principios de la izquierda y el humanismo ya no tienen cabida en aras de la supervivencia o el ensimismamiento. Entre calles empinadas, casas con vistas al mar y carritos de la compra, los personajes de esta Querida ladrona completan un mapa humano donde el idealismo aún es posible y donde los pecados son siempre veniales.

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