Cultura

Un modo distinto de habitar el tópico

J. r. t. sobre julio romero de torres. Baile: Úrsula López, Tamara López y Leonor Leal. Guitarra flamenca: Alfredo Lagos. Voz: Rosalía y Gema Caballero. Guitarra clásica: Antonio Duro. Proyecto Lorca: Juan M. Jiménez (saxofones) y Antonio Moreno (percusiones). Palmas: Aniela y Melisa Soledad. Coreografías: Úrsula López, Tamara López, Leonor Leal, Mónica Valenciano y María Muñoz. Música: Alfredo Lagos. Aparato: Pedro G. Romero. Escena: Antonio Marín. Iluminación: Ada Bonadei y Manu Madueño. Vestuario: López de Santos. Fecha: Martes, 13 de septiembre. Lugar: Teatro Central. Aforo: Lleno.

La relación entre el flamenco y las artes plásticas es casi tan antigua como su historia. Pero mientras la colaboración entre ambos suele reducirse a una inspiración más o menos abstracta o, directamente, al diseño de escenografías y/o vestuarios, en J.R.T… hay una clara inmersión en la obra y en la época de un pintor cuyos cuadros conocían y admiraban desde muy niñas las hermanas López a través de las estampas que adornaban la casa de sus abuelos en Montilla.

Artista adelantado a su tiempo y gran aficionado al flamenco, Romero de Torres supo reflejar como pocos el alma femenina en cuadros como La lectora, La monja, La esclava o la Chiquita piconera, tratando en todo momento de afrontar los tópicos andaluces, con los que siempre convivió en su casa cordobesa de la Plaza del Potro, con una mirada diferente, no exenta de una fina ironía.

El mismo peligro por tanto, el de los tópicos, planeaba sobre estas tres artistas que, en plena madurez, se han unido por vez primera para llevar a cabo este sugestivo proyecto. Un peligro que han sorteado con inteligencia, es decir, reconociendo sus límites y acudiendo a expertos como Pedro G. Romero, quien les ha proporcionado toda la información necesaria para recrear una época muy distinta a la suya, anterior al fenómeno Carmen Amaya (J.R.T. murió en 1930), en la que triunfaba el cuplé y el baile se basaba, más que en la técnica, en la personalidad y la presencia de las grandes bailaoras. Para el movimiento escénico, la compañía tuvo el acierto de recurrir a dos grandes creadoras de la danza contemporánea: María Muñoz (Premio Nacional de Danza 2009) y Mónica Valenciano.

Desde el punto de vista teatral, el espectáculo es sencillo y sin grandes originalidades. Tras una ráfaga inicial de imágenes proyectadas con los cuadros del pintor, se suceden tres solos y tres suites conjuntas dedicadas respectivamente a la Semana Santa, a los toros y a la copla. La sorpresa, sin embargo, llega, y lo hace con el tratamiento de cada una de dichas partes, auténticas joyitas musicales y, sobre todo dancísticas. En una sobria atmósfera, de un cromatismo cercano al de las pinturas, las bailaoras -cada una desde su propio modo de bailar y de expresarse- han hallado una nueva manera -al menos para ellas- de mirar y de mirarse y, especialmente, un nuevo modo de relacionarse con el espacio y con un tiempo dilatado que generalmente no se permiten los flamencos, dejando por debajo las agitadas corrientes subterráneas para mostrar la suavidad del gesto y dibujando de principio a fin, como para degustarlos, muchos de sus movimientos.

Unos estupendos puzles musicales se van sucediendo a lo largo de la pieza, gracias a las sonoras guitarras de Lagos y Duro, los particulares pasodobles de Proyecto Lorca y las preciosas voces de Gema Caballero y de una jovencísima y cristalina Rosalía.

El primer solo es el de Tamara López, tal vez el menos espectacular aunque de una exquisitez infinita. Una malagueña de La Trini que se enriquece con cantes por taranta de Pedro el Morato y verdiales de Juan Breva (gran amigo del pintor), que Tamara afronta pausadamente, insuflando en la fragilidad desvaída de su figura su enorme sabiduría de primera bailarina del siglo XXI (palillos incluidos) y su increíble expresividad como intérprete.

En la misma atmósfera de colores y de tiempo dilatado, el segundo solo es para Leonor Leal, otro tipo de mujer y de bailaora. Sensual, con movimientos amplios y precisos, gustándose y gustando, disfrutando de ser ella misma, la jerezana demuestra cuánto baile puede caber en una soleá mientras que, en el tercer solo, Úrsula López con una preciosa bata de cola negra con reverso de color rosa-maquillaje, se cuela de cabeza en la estampa flamenca para bailar unas magníficas alegrías de Córdoba (que terminarán por romeras y rosas) que dejan bien a las claras sus diferencias con las otras, más luminosas de la Bahía.

Un auténtico disfrute, al igual que las suites, más contemporáneas, en las que las tres, vestidas de calle y con la energía desacralizadora de Proyecto Lorca detrás, se divierten haciendo y deshaciendo grupos conocidos y glosando un mundo tan manido como real.

En la última suite, las bailaoras, que ya habían dicho algunos textos, nos sorprenden con una hermosa escena, cercana al expresionismo, que recrea uno de esos viejos cafés cantantes donde las artistas de segunda tenían que alternar con los clientes para poder comer. Utilizando la palabra y la interpretación actoral, con el célebre tanguillo del Testamento gitano, cerraron entre aplausos su particular homenaje al pintor de la mujer andaluza y los billetes de cien pesetas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios