Noche en Blanco: la comunidad de la cultura
La cita vuelve a registrar una notable asistencia de público con una agenda diversa en la que destacó la novedad de la visita a las cubiertas de la Catedral.
La Noche en Blanco en fotos
En el monumento ecuestre a Felipe IV que ocupa la Plaza de Oriente en Madrid Galileo Galilei se sirvió de las matemáticas para hacer posible la postura de ese caballo que parece desafiar la gravedad con las patas levantadas. El diseño de esa estatua pertenecía a Diego Velázquez, quien llamó a su amigo Martínez Montañés para que colaborara en la pieza. Por sus servicios, el escultor obtuvo un extraño pago: el rey le permitió importar cacao desde las Indias.
Ese fruto que endulzaría la vida de los europeos tras el descubrimiento de América guarda un poderoso vínculo con Sevilla, el puerto al que llegaban las embarcaciones con manjares exóticos. Lo cuenta en una ruta Rafael Díaz, guía de la empresa Sevilla a la Carta, en la Noche en Blanco: Juan de Zurbarán y Francisco Barrera –en Las cuatro estaciones que custodia el Bellas Artes– brindaron los primeros testimonios pictóricos de la costumbre de beber chocolate; en el jardín botánico de Nicolás Monardes se plantaban y estudiaban con esmero las semillas que cruzaban el océano; aquí se imprimió la primera publicación dedicada a la materia, Un discurso del chocolate, de Santiago Valverde, y también la primera edición en castellano de Historia natural y moral de las Indias, de José Acosta, donde aparecía por primera vez –de ahí pasaría a tantos y tantos idiomas– una palabra asociada al deleite y a la felicidad: chocolate.
Otra forma de alegría, el cine, encontró hueco también en la Noche en Blanco gracias a la exposición que Caixafórum Sevilla dedica al maestro Berlanga. Se produjo un milagro: ¡Viva Rusia!, el guión que Rafael Azcona y Luis García Berlanga escribieron para continuar la saga de La escopeta nacional, cobró vida en una lectura dramatizada de la compañía Balmoral. Los Leguineche, perplejos ante un país que ya no controlan, prueban fortuna en la Europa del Este. Las películas nos reencuentran con quienes se fueron: en el Cervantes, entretanto, se recordaba a Robert Redford con El golpe.
La Noche en Blanco volvió a destapar una ciudad viva que aprecia el conocimiento y anhela la belleza. Que cada otoño reinstaura una liturgia: deja atrás la indiferencia del día a día y celebra embelesada su patrimonio. La visita a las cubiertas de la Catedral, que se incorporaba a la oferta, permitía acercarse en las alturas a la silueta de la Giralda bañada por la luna. La luz nocturna favorecía también las obras de la Caridad cobijadas en el Bellas Artes en la exposición Arte y misericordia. Algo parecido al fervor crecía en los espectadores. “Esta reunión es bonita”, decía Isabel, traductora, ante un Valdés Leal. “En tiempos tan individualistas, emociona hacer algo con la gente, sentirte en comunidad”.
También te puede interesar