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Orquesta Barroca de Sevilla | Crítica

De la variedad en la unidad

Shunske Sato, en un momento de su concierto con la OBS.

Shunske Sato, en un momento de su concierto con la OBS. / Luis Ollero

Si el objetivo con el que Shunske Sato quiso acercarse de forma historicista a la música del Clasicismo era enriquecer con nuevos matices su visión de ese periodo es indudable que lo ha logrado. Recordaremos su primer concierto –esperemos que de muchos más– con la Orquesta Barroca de Sevilla por la enorme variedad de afectos y ambientes sonoros que supo extraer de Mozart y Haydn, y ello sin salirse ni un ápice del más puro estilo vienés ni forzar el sonido de una orquesta, por lo demás, en plena forma.

La formación sevillana volvía felizmente a un repertorio que le es muy familiar, con una nutrida formación cercana a la veintena de componentes, incluidos oboes y trompas. Y, en efecto, la fogosidad de la sinfonía de Vanhal que abrió el programa trajo recuerdos de los entusiastas tiempos iniciales de la barroca. Pero fue ya en Mozart donde Sato nos descubrió la enorme paleta sonora que sacaría de su instrumento y de la orquesta: su violín tiene un sonido claro y resonante, sin vibrato continuo, muy dentro de la ortodoxia de la interpretación historicista pero al tiempo con toda la solvencia técnica exigible al solista sinfónico más virtuoso. Esa capacidad técnica se unió a la valentía en la búsqueda de contrastes orquestales en los movimientos rápidos –elegantes en Mozart, trágicos en Haydn–, y a una inagotable sutileza de articulación en los lentos; el excelente empaste de las cuerdas con sordina en Haydn permitió desgranar una melodía de fragilidad infinita, antes de cerrar un magnífico concierto con brillantez y humor.

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