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LA ENCICLOPEDIA DEL DOLOR. TOMO I: ESTO QUE NO SALGA DE AQUÍ | crítica de teatro

El pacto de silencio

Gonzalo Cunill ataviado de portero de futbol.

Gonzalo Cunill ataviado de portero de futbol. / Carla R. Cabané

El texto poético de Pablo Fidalgo que da vida a esta primera entrega de La enciclopedia del dolor resulta tan ambicioso que acaba por dejarte la sensación de un cierto vacío. El lirismo ocupa toda la entraña de su propuesta en la que nos va dando miguitas a las que debemos seguir hasta encontrar el camino por nosotros mismos.

El acoso, el abuso sufrido por niños y niñas y adolescentes es tan grave como un genocidio. El juego de la autoficción acaba haciéndose innecesario porque el autor simboliza en ese colegio de los Maristas a España entera que se acostó dictadura y se despertó democrática pero sin cambiar ni una sola estructura de lo que se había ido formando durante cuarenta años.

Comienza la obra con unas imágenes de Super 8 en las que vemos la evolución de un chaval en esos videos que nos hacían nuestros padres y en las que poníamos caras y jugábamos a ser divertidos. La voz en off marca la sentencia que este chico vivirá en su niñez y adolescencia y que no le abandonará ya el resto de su vida. El abuso sistemático por unos profesores, curas, en su colegio en el que permaneció doce años y la obnubilación de la memoria que ha llenado de brumas los recuerdos.

Fidalgo acusa a un país que no ha sido capaz de enfrentarse a su memoria. Que en el mejor de los casos la ha olvidado para no sufrir. Será la noticia de que un grupo de alumnos de un colegio de Vigo regentado por los Maristas denuncian que sufrieron abusos y malos tratos lo que hará que el autor se pregunte si a él también le ocurrió.

Gonzalo Cunill interpreta este monólogo en el que su director lo sujeta hasta llevarlo a una mono-tonía que acaba convirtiéndose en un lastre.

La complicidad de los profesores, la de la propia familia, el hecho de que cada año uno podía ser acosado y al siguiente convertirse en acosador. Toda esa maquinaria salvaje instaurada en el colegio de los Maristas de Vigo y que Fidalgo extrapola a España entera apunta un recurrente debate muy necesario. Pero esta puesta en escena se ha separado tanto de la tragedia íntima que asistimos a ella desde la lejanía. No niego que aquella persona que haya vivido estos abusos no se reconozca en el primer segundo en el que se ven las imágenes del chaval y se escucha la voz en off pero y, sin querer morbo, se echa de menos mayor concreción. Es posible que los tomos dos y tres que tiene previsto el autor entren de lleno en este horror.

 

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