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3 anunciaciones | Crítica de teatro

La palabra, la pasión de Rambert

Bárbara Lennie, maravillosa, como ángel anunciador

Bárbara Lennie, maravillosa, como ángel anunciador / Marc Domage

Sería imposible entender su proyección y la defensa acérrima de sus seguidores si no supiésemos ver destellos de genialidad en las propuestas de Pascal Rambert. Estas 3 anunciaciones con las que comienza la programación del Teatro Central del segundo año de la pandemia posee unas imágenes sublimes, unas interpretaciones inefables y una concepción de espectáculo donde todo el aparataje técnico produce una sana envidia de los pobres españolitos que hacen teatro y que carecen del apoyo y del sustento de las instituciones de las que hace gala el francés Pascal Rambert.

 

Se diría que esta obra responde a una situación teatral utópica e  ideal de producción de la que carecemos absolutamente en Andalucía (no voy a poner en tela de juicio a otras comunidades). Se trata de un artificio absolutamente intelectual que toma como base los cuadros de la Anunciación realizados en la Italia del Renacimiento con sus bóvedas celestiales, sus arcos, su arcángel San Gabriel y su Virgen María. Con esta premisa ‘cultural’ el autor se pregunta ¿qué anunciaría hoy el arcángel? La obra está planteada en tres monólogos, el primero a cargo de Silvia Costa (en lengua italiana), el segundo Barbara Lennie (en español) y el tercero con Audrey Bonnet (en lengua francesa). Todo un lujo para los tiempos que corren como podrán observar.

 

Pascal Rambert es conocido y reconocido como un devoto servidor de la palabra. Sus obras están marcadas por el verbo. Muestra una necesidad prácticamente vital por describir, narrar, elucubrar y discernir a través de la literatura todo lo que concierne a este mundo. Posee el predicamento para contar en sus espectáculos con intérpretes que rayan lo sublime y, en esta ocasión lo ha vuelto a conseguir. A ello se le suma una impecable iluminación (incluida una oscuridad total que ni siquiera permitía las luces de emergencia), una música equilibrada y un vestuario elegantísimo y eficaz. Sin embargo, la embriaguez que Pascal Rambert siente por la palabra hace que toda esta perfección se vea mermada ante un texto artificioso, inconcreto (sólo el de Barbara Lennie y su defensa de la mujer es compacto) y vacío.

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