Manolo Cortés | Estilista

"La peluquería fue mi despensa y la escena, mi pasión"

  • La Feria de Palma del Río premia el 2 de julio la carrera de esta figura esencial del teatro andaluz de los últimos 50 años

Manolo Cortés en Sevilla, su ciudad natal y a la que regresó tras pasar su juventud en Zúrich.

Manolo Cortés en Sevilla, su ciudad natal y a la que regresó tras pasar su juventud en Zúrich. / José Ángel García

El estilista Manolo Cortés ha colaborado con el Ballet Nacional de España, la Compañía Andaluza de Danza y el Centro Andaluz de Teatro, con compañías independientes como Atalaya, La Imperdible, Velador o Teatro Clásico de Sevilla y con centros líricos como el Villamarta de Jerez y el Gran Teatro de Córdoba, donde llegó a estrenar Los cuentos de Hoffman de Offenbach que dirigió el inglés Lindsay Kemp, una de las personalidades artísticas más influyentes en su carrera. El próximo martes, 2 de julio, este sevillano amante de su oficio recibirá el homenaje de la 36 edición de la Feria de teatro de Palma del Río, que reconoce así un trabajo que se inició en los años 70 junto al grupo Esperpento y que ha resultado esencial para la escena andaluza.

-¿Qué sintió cuando le anunciaron este reconocimiento?

-Creía que era una broma porque nunca espero homenaje alguno por un trabajo que para mí es mi vida, algo tan cotidiano... He logrado hacer lo que era mi sueño desde que tenía 10 años: estar junto a los artistas, en los escenarios.

-¿Recuerda cuándo nació su pasión por las artes escénicas?

-Se despertó gracias a las Galas Juveniles que organizaba la gran académica del baile y pianista Adelita Domingo, eran unas matinales que se celebraban en el Teatro San Fernando de Sevilla. A los 10 años supe lo que quería ser en la vida pero no cristalizó hasta que tuve 27 y regresé de Zúrich (Suiza), donde había emigrado mi familia, y me convertí en peluquero. De aquellas Galas me fascinaba ver a los artistas entrar por la puerta de camerinos, y recuerdo especialmente a Merche Esmeralda con la bata de cola bajo el brazo, era de color amarillo con encajes en blanco roto. Con los años llegué a trabajar con ella y al contarle esta anécdota se puso a llorar. Porque a mí no me gustaba el teatro como tal sino toda la escena: la tragedia, el ballet, el flamenco, la danza, la ópera...

-¿Fue en Suiza donde tuvo su primera experiencia teatral?

-Sí. Llegué a Zúrich con 18 años y para mí Suiza fue el paraíso porque además podía expresar libremente mi condición homosexual. Allí me impliqué en las funciones de las Casas de España e hice de todo: peinaba, maquillaba, dirigía, coreografiaba... No hacía la escenografía porque no había, solía limitarse a un telón de fondo que la mayoría de las veces era la bandera española.

"Cuando vi en un cine de Zúrich 'El satiricón' de Fellini decidí que yo quería hacer esos peinados y esos maquillajes"

-Suiza en los años 60 era muy diferente a España. ¿Qué influencias estéticas le impactaron más?

-La obra de Fellini y especialmente El satiricón, que vi en un cine de Zúrich. Me deslumbró esa película y decidí que yo quería hacer esos peinados y esos maquillajes. También tuve la oportunidad de ver mucho cabaret alemán en los años 60 y 70; esas son mis grandes influencias, además del carnaval de Basilea, un impacto estético fortísimo. Aprendí alemán e italiano en Suiza, era impresionante la creatividad que derrochaban los emigrantes españoles en Centroeuropa. Y mucho de ello está en mi último trabajo con Atalaya, El Rey Lear, donde he volcado mi fascinación por el expresionismo alemán. Me gusta mucho todo lo que dirige Iniesta, además vivo en Pino Montano y el teatro comprometido que él ha hecho en el barrio es admirable. Ha sido estupendo encadenar este trabajo, con esa lección actoral que ofrece Mamen Gallardo en el papel de Lear, con Luces de Bohemia de Teatro Clásico de Sevilla, compañía con la que haré ahora un Romeo y Julieta dirigido por Alfonso Zurro.

-¿Cómo llegó a la peluquería?

-En Zúrich trabajé en varias empresas y me incorporé a un grupo de coros y danzas pero no pensaba dedicarme a la peluquería. Al final del franquismo estaba aquí en España, me hice el valiente y en una de las muchas redadas de la época me detuvieron y me aplicaron la ley de peligrosidad social. Tuve mucha suerte y salí de la cárcel a los pocos días pero ya sólo pensaba en regresar a Suiza. Sin embargo, un accidente me devolvió a Sevilla y, mientras me curaba el húmero, mi tía Carmen me animó a trabajar con ella en su peluquería y no me fue mal, así que ya me quedé en España. Pasé por varias academias y hasta por El Corte Inglés antes de dedicarme al oficio de peluquero plenamente. Cada vez mi nivel de exigencia era mayor. Y gracias a amigas clientas como Amparo Rubiales, una mujer brillante que militaba entonces en el Partido Comunista, me acerqué a su grupo de teatro Esperpento y de ahí conocí también a los actores de Mediodía, lo que me permitió combinar el trabajo en la peluquería, que fue mi despensa, con la escena, mi pasión. De todo eso hace ya 50 años... También recuerdo a Joaquín Arbide, que contó conmigo para el Fermín Salvochea que él dirigió con su grupo Tabanque. Fueron años de muchas alegrías con Roberto Quintana, Juan Carlos Sánchez, Pedro Álvarez-Ossorio, Carlos Álvarez Novoa, al que tanto echo de menos...

Manolo Cortés ha trabajado para figuras como José Antonio, Lindsay Kemp o Cristina Hoyos. Manolo Cortés ha trabajado para figuras como José Antonio, Lindsay Kemp o Cristina Hoyos.

Manolo Cortés ha trabajado para figuras como José Antonio, Lindsay Kemp o Cristina Hoyos. / José Ángel García

-Su historia coincide con la génesis del teatro público andaluz y del resurgir de la lírica en el sur.

-Empecé con el teatro independiente sevillano y luego entré a trabajar de pleno con el Centro Andaluz de Teatro (CAT), estuve con ellos desde la primera obra, La reina andaluza, que dirigió el argentino Gandolfo. Gracias al CAT me empezaron a llamar de otras compañías públicas y también del Teatro Villamarta, que acababa de reinaugurarse y que ha sido tan importante para mi carrera. En Jerez se disparó mi pasión por la ópera, en la primera en la que trabajé Ismael Jordi cantaba aún en el coro.

-Ha trabajado con los más grandes directores y coreógrafos. ¿Han sido muy exigentes?

-No, ellos me explicaban lo que querían y después no me molestaban. Soy un profesional de la estética atípico pero me respetaban.

"España tiene aún que reconocer a José Antonio, que hasta para Israel Galván es nuestro principal coreógrafo"

-¿Qué maestros han marcado una carrera tan intensa?

-He sido muy inquieto teatralmente pero sentía que mis conocimientos culturales eran limitados porque tuve que dejar pronto los estudios para ayudar a mi familia. Sin embargo, gracias a mis amistades pude relacionarme con los mejores y conocer a dos personas esenciales para mí: Saramago por su palabra, su escritura y la oportunidad que me dio de conocer en Lanzarote a la intelectualidad internacional, y Lindsay Kemp, que murió este verano y al que conocí en 1978 en el Teatro Alvarez Quintero cuando representó Flowers. Años después tuve la suerte de trabajar con él gracias al Villamarta y al Gran Teatro de Córdoba. Kemp, al ver lo perfeccionista que yo era, me dio un consejo que nunca olvidaré: "Cortés, no hace falta tanto pincel, con las yemas de los dedos se hace mucho". El era un gran artista y un personaje muy oriental, le encantaba el kabuki y al maquillarse manejaba los efectos como nadie. Porque en el escenario, a diferencia del cine, lo que vale son los efectos. Lindsay se trazaba la cara con sus dedos, que eran auténticos pinceles, y luego se matizaba y difuminaba con las yemas.

-Hablemos de José Antonio, con el que ha trabajado en distintas etapas, incluido el Ballet Nacional. Su estilismo para el Café de Chinitas fue muy aplaudido.

-José Antonio llevó mi trabajo a otra dimensión porque su conocimiento de danza española, clásica y contemporánea es impresionante. Voy a resumirlo en una frase que me dijo hace poco nada menos que Israel Galván, con el que trabajo ahora en su versión de El amor brujo de Falla: "José Antonio es el coreógrafo más importante que hay en España". Me duele pensar que este país aún no ha reconocido lo suficiente su talento. También trabajé con Cristina Hoyos, cuya disciplina y nivel artístico tanto admiro, y con Mario Maya. Tuve la suerte de participar en el homenaje póstumo que se le dedicó en Buenos Aires cuando la Bienal estrenó su espectáculo Mujeres con Merche Esmeralda, Rocío Molina y Belén Maya, que es tan digna hija de su padre.

-¿Qué inspira hoy su creatividad?

-He sido un lector voraz y apasionado y una de mis grandes alegrías recientes fue montar con Quintana, Sergi Belbel y Gregor Acuña a Stefan Zweig, uno de mis autores predilectos. Ahora leo algo menos pero Netflix me da una vida increíble, el vestuario y el estilismo de sus series históricas son mi nueva inspiración.

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