Pessoa, uno y múltiple
Pessoa. Una biografía | Crítica
Richard Zenith plantea una biografía de Pessoa que no trata tanto de la vida real del autor como de su vida imaginada.
"La danza debe ser un consuelo en el mundo complejo y violento que vivimos"
La ficha
Pessoa. Una biografía. Richard Zenith. Traducción de Ignacio Vidal-Folch. Acantilado. 1.488 páginas. 56 euros
A Fernando António Nogueira Pessoa, Fernando Pessoa (Lisboa, 1888-1935) hay que leerlo de monumento a monumento. Hay un antes y un después en la vida de uno cuando se lee Libro del desasosiego. Igual a como desde ahora habrá otro gran momento existencial y pessoano con este Pessoa. Una biografía, la monumental taracea –de ahí que vayamos de monumento en monumento– que Richard Zenith ha realizado sobre el más elusivo autor de la literatura universal. Ha tardado diez años en escribirla quien, además, fue el responsable de la edición que sobre Libro del desasosiego publicó, también, la editorial Acantilado.
Pessoa es el ya conocido hombre cuadruplicado, aparente y diluido. Los otro cuatro nombres de Lisboa son los de sus heterónimos Álvaro de Campos, Bernardo Soares, Alberto Caeiro y Ricardo Reis (duplicado maravillosamente a su vez por José Saramago en El año de la muerte de Ricardo Reis). A ellos hay que sumarles su ortónimo: Fernando Pessoa. Su alma y su yo es varia y diverso: “Tengo más alma que una. Hay más yos que yo mismo. No obstante, existo”. La biografía de Richard Zenith descubre tropecientas identidades usadas por el gran fingidor literario. Literatura y psicopatía extrema encuentran en Pessoa un caso único. Explorador del ocultismo, autor incluso de cartas astrales, el poeta fue afín a las prácticas esotéricas.
Pessoa, en la supernova de sus yos, seguía la estela de Walt Whitman, poeta al que admiraba por ser amplio, como dijo sobre sí mismo el autor de Hojas de hierba, y por contener multitudes. Es verdad, como ha visto Ignacio Echevarría, que más que diluirse en la multitud de sus heterónimos, el caótico Pessoa buscó vaciarse en ellos antes que contenerlos.
Dice Richard Zenith que su biografía (más de 1.400 páginas) no trata tanto de la vida real de Pessoa como de su vida imaginada. Desde este lado alterno (donde lo elusivo, lo aparente, lo ficticio, lo multiplicativo), es desde donde hay que leer los episodios en los que se desarrolló su vida o, por mejor decir, su simulacro.
Todo rastro en su vida es a la vez como imaginario y simulado. De su infancia y adolescencia en Sudáfrica (el segundo marido de su madre había sido destinado allí como cónsul portugués), Zenith aporta nuevos datos hasta ahora no sabidos. Decir Pessoa es hablar de fracaso en toda suerte de empresa para lo comercial (incluida la editorial). Es proclive a los bandazos políticos, bebe a espuertas y se malgasta en los círculos de la bohemia lisboeta. Amante incapaz, su relación con Ofélia Queiroz refleja su total inanidad para el amor. Mantendrá una intensa amistad con Mário de Sá-Carneiro (suicida, miembro del movimiento Orpheu, aniquilador también del yo y cómplice en la incapacidad de vivir el mundo real). Tratará también Pessoa con el ocultista, poeta, místico y alquimista Aleister Crowley, fundador de la filosofía religiosa de Thelema (“haz tu voluntad: será toda la ley”). El resto se desmenuza en 1.488 páginas.
Fernando Pessoa morirá, a los 47 años, de cirrosis, tras años y años de vapores entre aguardientes. Sería enterrado por duplicado, como persona y como gran simulador. Primero en el Cementerio de los Placeres de Lisboa y, años más tarde, en las tumbas de portugueses ilustres en el Monasterio de los Jerónimos. Consiguió lo que literariamente anheló: ser inmortal.
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