Pet Shop Boys, alquimistas del pop

ICONICA SANTALUCÍA SEVILLA FEST

El dúo británico desplegó anoche en Icónica Santalucía Sevilla Fest un espectáculo total, uno de esos conciertos memorables que siguen vibrando dentro de los espectadores una vez que terminan

Los Caños en Icónica: aquellos maravillosos años

Un momento del concierto de Pet Shop Boys, anoche, en el Icónica Santalucía Sevilla Fest
Un momento del concierto de Pet Shop Boys, anoche, en el Icónica Santalucía Sevilla Fest / Juan Carlos Muñoz

El aire cálido de la noche sevillana se dejó atravesar por una electricidad especial. No la que agrieta el cielo en una tormenta seca, sino la que se cuela por los poros cuando algo grande está ocurriendo. Los Pet Shop Boys, alquimistas del pop sintético, estaban convirtiendo el corazón de la ciudad en una pasarela de luces, nostalgia y ritmo. La Plaza de España fue anoche el escenario de un espectáculo total con teclados como brújulas, beats por motor, y una coreografía de melodías que llevamos décadas tarareando incluso sin darnos cuenta. Fue el escenario del reinicio de la gira Dreamworld: The Greatest Hits Live que un dúo de músicos tan icónico como este no podía dejar de traer a un festival que se llama Icónica Santalucía Sevilla Fest.

Dos farolas ascendieron desde debajo del escenario, iluminando de repente a dos figuras con abrigos blancos inmaculados y máscaras geométricas extrañas que parecían diapasones, al son de una fanfarria dramática que rápidamente se transformó en la ya reconocible canción de Suburbia. Apenas apareció Neil Tennant sobre el escenario, con su porte de maestro de ceremonias futurista y de gentleman de otra época, los más de 8.000 espectadores que lo mirábamos comprendimos que íbamos a presenciar algo fuera del tiempo. Chris Lowe, en su papel eterno de esfinge electrónica, sostuvo el engranaje desde el sintetizador, siempre con esa contención dramática que convertía su quietud en espectáculo, y cada segundo de silencio en una ovación contenida. La escenografía, diseñada por el director creativo Tom Scutt, aunque sin duda impresionante, complementaba sin restar carisma al dúo; era teatral, geométrica, a ratos deliciosamente kitsch, hacía pensar en un musical digital, un artefacto escénico que no necesitaba narración porque ya lo decía todo con luces, proyecciones y líneas de bajo que esta noche no atronaban como los subgraves nos han tenido acostumbrados en otras ocasiones; pero aún así… Desde Suburbia, Can You Forgive Her?, Opportunities (Let's Make Lots of Money), para la que en su sonido industrial faltaron especialmente el fuerte volumen y los graves mencionados; Where the Streets Have No Name (I Can't Take My Eyes Off You), célebre mash-up entre U2 y Frankie Valli, donde los aplausos fueron tan estruendosos que casi taparon la voz; Rent, I Don't Know What You Want but I Can't Give It Any More… contar como se inició el concierto es como recitar un diccionario de hits. Pero lo esencial fue el viaje que comenzamos; un desfile de paisajes sonoros, emociones filtradas y ficciones urbanas, siempre con el pulso del baile latiendo en el centro. Somos los Pet Shop Boys, anunció Tennant, y vamos a ir a un mundo de ensueño, en el que ser aburrido es un pecado. ¿Quién no querría vivir en el mundo de los Pet Shop Boys?

Pet Shop Boys
Pet Shop Boys / Juan Carlos Muñoz

Había, eso sí, algo inconfundible en el ambiente, el eco de una carrera musical que ha sabido madurar sin perder filo. La capacidad de cantar sobre el deseo, el desencanto, el dinero, el sexo, la ciudad o el amor sin dejar de ser irónicos ni elegantes. Porque si algo han sabido siempre los Pet Shop Boys es vestir la emoción con traje de lentejuelas. Y aquí, en medio de las torres iluminadas, ese contraste brilló más que nunca. A ratos parecía que el tiempo se doblaba sobre sí mismo: los jóvenes bailaban como si acabaran de descubrir una maravilla futurista, y los no tan jóvenes bailábamos como si acabáramos de recordar quiénes fuimos. Eso es lo que hacen los grandes conciertos como este, abrir un pliegue donde la música no sólo se escucha, sino que nos devuelve una parte extraviada de lo que fuimos. En ese sentido, los Pet Shop Boys no ofrecieron un simple repaso de éxitos, sino un mapa emocional. Una rave emocional, aunque eso sea un oxímoron.

Después del futurismo de So Hard, tras un cambio de look de las dos estrellas, se les unieron en el escenario Bubba McCarthy, Simon Tellier y Clare Uchima -fantástica en la voz haciendo la parte de Dusty Springfield en What Have I Done to Deserve This?- con más teclados, percusiones sintéticas y voces de apoyo, para hacer que todo estallase con el rave operístico de Left to My Own Devices, y siguiesen con un repertorio de canciones que no envejecen porque nacieron con la rara habilidad de mutar con el mundo, en el que no faltaron himnos como Domino Dancing, New York City Boy, It's a Sin, que no perdió ni un ápice de fuerza por su condición de clásico ochentero, y esta versión en directo fue un Grand Guignol de luces rojas y estroboscópicas, con un frenético breakdown que nos hizo saltar a todos; tampoco faltó West End Girls para comenzar la pareja de bises, su primer número 1 allá por 1985, un tema de discoteca que habla del drama y la excitación del Soho nocturno, donde las culturas se cruzan, se mezclan y colisionan. En Paninaro hubo una parte vocal en solitario de Lowe y apenas se movió, imperturbable como siempre; pero cuando la máscara se resquebrajó y una sonrisa se dibujó levemente en sus labios, se iluminó toda la plaza. You Were Always on My Mind fue puro éxtasis bailable, y Being Boring llegó como siempre, elegante, herida, luminosa, para poner -fue el segundo de los bises- el punto final. Sigue siendo la más triste de todas las canciones pop, una canción reflexiva sobre amigos perdidos a causa de la crisis del sida; pero en manos de los Pet Shop Boys, la melancolía no es miseria, porque ellos entienden que la tristeza forma parte de la vida cotidiana tanto como las pequeñas victorias que la equilibran.

Pet Shop Boys
Pet Shop Boys / Juan Carlos Muñoz

Antes de que llegase todo eso una canción alcanzó nuestros corazones de forma inesperada; el aire de Mardi Gras que tomó Se a vida é (That’s the Way Life Is) fue sencillamente una singularidad a disfrutar en este contexto. También hubo espacio para rescates menos previsibles, para virajes escénicos, para esos momentos en que Tennant parece narrar una novela en voz baja mientras la base late como un corazón industrial, Jealousy, Dreamland, New Bohemian, la única que interpretaron del ecléctico último y reciente disco Nonetheless, que encajó perfectamente porque es una balada rica en la grandiosa tradición del dúo. El segmento Hi-NRG con It’s Alright y Vocal enlazadas mostró con claridad sus lazos con la cultura de club; toda la noche fue una celebración de los últimos 40 años de música de baile, del latin freestyle al electroclash, del italo-disco al Chicago house, del acid house al EDM. Esta es la gran diferencia entre Pet Shop Boys y sus contemporáneos de los ochenta, ningún otro grupo electrónico, salvo quizás Kraftwerk, se ha mantenido tan fiel a sus principios estéticos y musicales como Tennant y Lowe, aunque también los hayan actualizado con sutileza a lo largo del tiempo, sin perder el filo de su instinto pop. Y cómo no, también hubo espacio para el humor; porque Tennant, como buen inglés, no puede resistirse al chiste seco, al comentario irónico, al juego verbal.

Al final, cuando los cuerpos ya no sabían si sudaban por el calor o por la felicidad, quedó esa sensación de haber vivido algo que mezcla la precisión técnica y la emoción sin filtro. Una celebración pop en la que las únicas leyes eran el ritmo, la memoria y una cierta melancolía que se colaba siempre entre canción y canción. Porque no importa lo eufórico que sea el ritmo que suene en algún momento concreto, los Pet Shop Boys siempre han sabido que la pista de baile también puede ser un refugio, un confesionario, un espejo. Anoche la pista de baile era inmensa, y parecía como si en cada compás se pudiera enterrar un miedo, recuperar un recuerdo o inventarse una versión mejor de uno mismo. La Plaza de España, le dio a los Pet Shop Boys el marco perfecto, un lugar extraordinario donde el exceso no es pecado, sino estilo. Y ellos, con su poética urbana y su exactitud matemática, dejaron en la plaza no sólo una actuación impecable, sino un rastro emocional que costará días apagar. Como esas canciones que, sin darte cuenta, acabas tarareando al día siguiente mientras cruzas la calle, haces café o la atención se te escapa del libro que estás leyendo. Porque hay conciertos que terminan cuando se encienden las luces y otros que siguen vibrando dentro mucho tiempo después. El de anoche fue de estos.

stats