Juan F. Lacomba. Pintor

"En mi pintura sólo intento rescatar verdades"

  • Tras años de ausencia, el artista sevillano expone hasta finales del mes de enero en la Casa de la Provincia sus lienzos sobre paisajes de las marismas

El pintor Juan F. Lacomba, ante uno de los cuadros que muestra en la exposición de la Casa de la Provincia.

El pintor Juan F. Lacomba, ante uno de los cuadros que muestra en la exposición de la Casa de la Provincia. / víctor rodríguez

Juan F. Lacomba (Sevilla, 1954) piensa a una velocidad que no acepta nostalgias. Trabaja sin descanso, pero acumula en el cráneo más de lo que genera. Gasta pelo de niño aplicado. Las finas gafas de metal apoyadas con esfuerzo en el puente de la nariz ancha. La frente amplia, embestidora. Un discurso de voz baja y leves titubeos, marcando las pausas, dejando el remate de las frases a modo de reafirmación, como si se tratase del último golpe de pincel que necesita el lienzo. Está claro que le interesa el arte sobre todas las cosas. Todos los materiales le sirven. No todas las palabras.

Ha llegado Lacomba hasta aquí convencido de que pintar es cada vez más un desafío, un desacato y una desobediencia. La vida entre lienzos le gusta. Parece que la soledad, también. Entra a la carrera en la sala de la Casa de la Provincia donde cuelgan las 65 obras seleccionadas por Pepe Yñiguez a modo de compendio de la vinculación del artista con el paisaje de Doñana. Inexplicablemente, Al raso. Pinturas de la marisma es su primera exposición en Sevilla en muchos años. Saluda, pero parece concentrado en cosas que no se ven. Y, como quien no quiere la cosa, el pintor echa a hablar...

"Esta exposición es un resumen de 20 años de trabajo, desde 1994 a 2014. Todo inédito. No se ha expuesto hasta ahora, salvo algo en el extranjero. Hay cuadros que son encuentros; otros, prefiguraciones. Yo, a veces, necesito ver las cosas y pintarlas. Otras veces las pinto y, luego, las veo. Necesito estar en el paisaje. Vivir un territorio. Lo pinto desde dentro, no desde fuera. Soy un converso. Yo he ido a escuchar los silencios del campo, las latencias, los secretos que guarda, algo que no todo el mundo puede decir", comenta.

-¿Cuándo surge su interés por las marismas como territorio creativo?

-Es un proceso circular de acercamiento. Para mí siempre ha sido un lugar enigmático. De niño, lo veía en la playa como un horizonte. Una isla salvaje. Un paraíso perdido. Recuerdo perfectamente la tarde que estaba con mi abuelo en el baluarte del faro de Chipiona. Desde allí, él me señaló la desembocadura del río, que ya conocía de Sevilla, y a la izquierda, Doñana, como si se tratara de una línea polvorienta, brillante y dorada. Estaba allí, por primera vez, como una aparición. Aquel día el mundo, de algún modo, se hizo más grande.

-Es, sin duda, un espacio con un enorme poder de atracción...

-Sí. Todo el mundo habla de las marismas, pero nadie va. Tiene una leyenda de espacio inaccesible hasta el punto de que carece de iconografía. Es un horizonte llano, con paludismo, mosquitos; un lugar inabarcable, inhabitable, pero pocos se han acercado a oír sus secretos. Muy pocos. Quizás, Abel Chapman, que hizo algo desde la zoología y la cinegética en el libro España salvaje...

-O Atín Aya con sus fotografías, ¿no?

-Sí, pero él lo hizo más de una vertiente cultural, sociológica, antropológica. Lo mío es otra cosa. Va por otro lado. Es una propuesta a contramano de lo que hoy se lleva, que es sexo, drogas y rock & rollcomo suele decirse. Quiero mantener a la pintura como una especie de autoridad cultural, como puede ser la poesía. No soy un resistente. Tampoco un friki. Soy un viviente. Por eso he estado tantos años sin exponer en Sevilla.

-¿De ahí, quizás, su apuesta aquí por el óleo y el lienzo?

-Son técnicas totalmente tradicionales, pero no por ello menos vanguardistas. Se trata de entrar en la verdadera tradición, encontrar el verdadero sentido. La pintura se justifica desde la vivencia, la intensidad, la inserción y el sentido. El arte no es estar de carnaval; requiere reflexión, distancia. Hay cuadros aquí expuestos que se han llevado seis años de trabajo.

-Le imagino con el caballete, la tela y los pinceles en medio del campo...

-Algo de eso hay, sí, pero es que, para pintar, necesito encontrar un momento epifánico. Es ese instante donde te inspiras, donde se te revela algo, donde te da un pellizco, como dicen los flamencos. Algo ocurre y es entonces cuando empiezan a nacer en uno interrogantes, sorpresas, estimulaciones, vértigos, temores... Luego están la memoria, el conocimiento y la voluntad, que son los materiales con los que trabaja el artista.

-"El misterio no avisa; siempre late o nos sorprende", defendía usted en su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría.

-De eso se trata exactamente. Pero no quiero tener fama de místico. Ni de loco. El punto de partida siempre es emotivo, pero es la espiritualidad lo que nos hace ser más humanos. No es que sea yo una persona que busque lo trascendente porque sí, pero la emoción ante un paisaje puede empujar a algo más. Sólo intento rescatar verdades. No tengo la solución a nada. No soy el programa electoral de Podemos.

-¿Da por concluida con esta exposición su vinculación creativa con la marisma?

-Ni muchísimo menos. Esta muestra, como sostiene el comisario Pepe Yñiguez, es una de las tantas que se podrían haber hecho con mi trabajo de todos estos años. A él le ha interesado mucho en Al raso. Pinturas de la marisma cómo llevar la horizontalidad del paisaje a la vertical del cuadro, que es más bien una cualidad humana.

-No le puedo dejar de preguntar por la larga ausencia de sus exposiciones en Sevilla. La última se celebró en 2006 en la galería Birimbao. ¿Algo extraño, no?

-Podemos decir que no se han dado las circunstancias propiciatorias. En el mundo del arte se suele confundir dignidad con soberbia. Eso es muy propio de las ciudades barrocas, complejas y contradictorias... Pero yo ahí no entro ni salgo. Sevilla es la ciudad en la que nací y en la que he elegido vivir, pese a que cada día veo más veladores y menos público en la Sinfónica. Dónde está el nivel. Basta ver el que hay en algunos despachos. Sólo puedo decir que, pese a todo, aquí estoy. Que he vuelto.

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