El rasurado perfecto de un (super)barbero
Una adaptación para escolares Tricicle dirige una versión en español del clásico de Rossini
Las funciones infantiles del Maestranza, que continúan hoy y mañana, despiertan el entusiasmo de los espectadores
Cuentan las crónicas que en el estreno de El barbero de Sevilla, Rossini decidió abandonar la función a la mitad, abrumado por la cantidad de desastres que se sucedían: uno de los cantantes sufrió una espectacular caída por una trampilla y continuó interpretando su papel mientras se cubría la sangre con un pañuelo, y un gato se subió al escenario durante el transcurso de la ópera y tomó parte, con sus carreras y maullidos, en la representación. Esta aglomeración de sucesos fue seguida con una pasión desenfrenada por un público procaz que, con sus burlas, hundió el ánimo del compositor hasta el punto de que éste decidió marcharse a su casa sin esperar a que se terminara el espectáculo.
La algarabía que se respiraba ayer en el Teatro de la Maestranza, donde empezaban las funciones infantiles de El superbarbero de Sevilla -por las que pasarán más de 12.000 niños en tres días-, hacía presagiar un escándalo parecido a aquella presentación en sociedad de la ópera bufa de Rossini. "Señorita, están lanzando cosas desde arriba", avisaba una de las niñas presentes a su profesora sobre el comportamiento de sus compañeros. [Mala suerte: uno de esos elementos arrojadizos sería un chicle que permanece adherido, todavía, al jersey de este cronista].
La expectación en la platea se extendía ante un género casi desconocido para los jóvenes espectadores. Algunos reconocían no haber visto nunca una ópera, otros recordaban un título ciertamente goloso: Hansel y Gretel. Después de que se les formule la pregunta de cómo es una ópera, dos chicas se sumen en el silencio y se encogen de hombros. "Siempre cantan en otro idioma", aporta como definición una de las amigas. Aunque esta vez no ocurre así: la adaptación es en castellano.
Pese a las apariencias, el respetable se comportó. Esta vez, Rossini se habría quedado en el teatro, embelesado por la generosa acogida con la que se celebraba cada movimiento. Posiblemente, Alejandro Sanz o cualquier intérprete de éxito habituado a los aplausos habría envidiado la cerrada ovación que obtuvo la entrada en acción del pianista, el primero en pisar las tablas. Y cualquier cómico habría pagado por un público tan agradecido a cualquier gesto de comicidad.
¿Por qué les atrapa este superbarbero? Las razones son dispares. Hay quien prefiere los momentos divertidos, en los que los intérpretes acentúan la gestualidad corporal, como cuando uno de los personajes "le ha chillado al oído" a su interlocutor. Otros se abandonan al romanticismo, y eligen ese pasaje "cuando él le ha cantado que estaba enamorado". En cambio, otros, más picarones, reconocen que les encanta la fisonomía de la cantante: quizás pensaban que la expresión do de pecho iba en ese sentido. Todos, no obstante, se dejan llevar por el ritmo de la partitura: en el patio de butacas son abundantes las cabezas que se mueven siguiendo el dictado de la melodía.
Como aquellos censores que readaptaron la trama de Mogambo y plantearon un incesto en la trama, algunos espectadores de ayer pensaron que el personaje de Bartolo no era el tutor de Rosina, sino el padre, con lo que el enredo adquiría tintes siniestros. "Hay un padre que tiene encerrada a su hija y que quiere casarse con ella para cobrar la herencia", resumía un chico en la puerta del teatro. "No está bien que los padres se casen con sus hijas", añadía, un tanto indignada, una compañera de curso.
Y si en el estreno original el protagonismo lo acaparó un gato, en esta versión dirigida por Tricicle llamó la atención otro animal: un toro cuya cabeza formaba parte de la escenografía y que movía sus cuernos cada vez que se cerraba la puerta.
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