Remedios ancestrales
Ceremonia | Crítica
Capitán Swing publica 'Ceremonia', obra de ambición lírica, social y antropológica, publicada originalmente en 1977, cuya autora es la poeta y escritora norteamericana, de linaje navajo, Leslie Marmon Silko
La ficha
Ceremonia. Leslie Marmon Silko. Trad. Noelia González Barrancos. Capitán Swing. Madrid, 2025. 280 págs. 23 €
Ceremonia, de la escritora norteamericana Leslie Marmon Silko, se presenta al lector como “novela nativa americana” y, en consecuencia, con un rubro de autenticidad indígena, que excluiría, por ejemplo, a la romántica Atala de Chateaubriand (1801), cuyo contenido es, sin embargo, el mismo: la destrucción de una pureza ancestral a manos del violento ordenancismo del colono (inglés y francés, en el caso del vizconde). Quizá podría aplicarse esta misma “impostura” romántica y occidental al Guatimozin, último emperador de México (1846), de la cubana doña Gertrudis Gómez de Avellaneda; pero no es seguro que quepa adjudicar dicha extranjería ab initio a la literatura de Miguel Ángel Asturias, Uslar Pietri y Carpentier, quienes fundamentaron su obra -”lo real maravilloso- en los mitos precolombinos de sus respectivos países. Es cierto, por otro lado, que el inteligente acopio cultural que acomete con éxito el Inca Garcilaso en el XVI-XVII no puede calificarse de “novela” precolombina, en el sentido que aquí utilizamos; y que la intimidad que alcanzó Cabeza de Vaca con los nativos del Golfo de México, fruto de un largo cautiverio, no se halla lejos de la literatura de viajes y la novela biográfica donde construye el pícaro su ágil silueta. Y tampoco de cierta literatura ritual y extática que ahora veremos. Ceremonia, obra de 1977, es heredera de toda esta rica tradición americana. Una tradición que presta particular atención al encuentro, no siempre feliz, entre el mito y el logos. O si se prefiere, entre una razón instrumental y la razón arcana del aborigen.
Ceremonia dramatiza, pues, este enfrentamiento razón/tradición, entre la circularidad del mito y la razón dialógica del Occidente, a través de un ex soldado navajo que ha luchado contra los japoneses en alguna isla del pacífico. La traumática experiencia de la guerra, y su propensión inducida al alcohol, sirven a la autora para subrayar la condición subalterna del indio en su propia tierra, toda vez que ha concluido su utilidad en el combate. Pero sirve también (la novela transcurre en Nuevo México, en las cercanías de Los Álamos, donde se detonó experimentalmente la primera bomba atómica) para abundar en un lugar común de la Guerra Fría, como es la plausible y cercana destrucción del mundo. En esa inminencia apocalíptica, junto a la pureza ajada del saber nativo, Ceremonia se establece como un ritual extático de salvación, en el que el soldado perturbado y febril recupera su cordura; una cordura ancilar, antigua como el mundo, donde hombre, animal, piedra y estrella se conjuran en una cifra elemental y arcana. En tal sentido, no podemos deslindar esta novela de Marmon Silko de dos autores europeos de largo influjo en la América y la Europa de aquella hora, como son Jung y Eliade. Ambos practicaron una ciencia de lo mítico y de lo arquetípico que, en el caso de Jung, le llevaría a prescindir de la electricidad para no ahuyentar a los fantasmas que rondaban por su torre de Bollingen; y en particular, el ceremonioso Ejército de Wotan que lo visitaba algunas noches. En cuanto a Eliade, El mito del eterno retorno, El chamanismo, etc, formulaban con éxito otra vía de conocimiento, distinta a la occidental, que también se extenderá a su narrativa. Medianoche en Serampor es, en buena medida, un relato de terror nebuloso, atemporal, extracorpóreo, fruto de un irracionalismo de linaje oriental.
No es este el caso, sin embargo, de Ceremonia. La novela de Marmon goza de cierta complejidad compositiva, que se escande en diversos planos y tiempos. Tal complejidad, no obstante, obra en servicio de una sencillez mayor, de una pueril y robusta idea de pureza, que se sustancia, como ya hemos dicho, tanto en la rueda intemporal del hombre y el paisaje, intuidas por su protagonista a través de viejos rituales de su tribu, como mediante la idea de destrucción, radical o paulatina, que representan la civilidad y el progreso logrados con las armas. Existen, por tanto, un concepto de ingenuidad, una exigencia de purificación en esta Ceremonia de Marmon, que explicarían con suficiencia su vuelta actual, dada la alarma climática hoy extendida. Por iguales motivos, es inevitable recordar el viaje de Warburg a Nuevo México, terminando ya el XIX, para estudiar la vida y las costumbres de los indios pueblo. Obsérvese que se trataba, tanto en Warburg como en Eliade y Jung, de una consignación etnográfica, religiosa, artística y de todo orden, de aquello que se resistía, de alguna forma, a precisarse mediante una razón erudita. Sobre dicha paradoja humana y cultural parece construirse esta Ceremonia de Marmon.
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