A Robe: Una canción tuya bastará para sanarme

Te has ido por la vereda de la puerta de atrás, sin hacer ruido

Robe Iniesta
Robe Iniesta / Juan Carlos Muñoz

Una vez, cuando aún estudiaba la carrera de Periodismo, un profesional de los medios de comunicación compartió conmigo la idea de que las peores entrevistas son las que hacemos a aquellas personas que admiramos. De su razonamiento deduje que esto, probablemente, se deba a que, al enfrentarnos a aquellos a los que profesamos una profunda devoción, actuamos de manera similar a cuando estamos delante de un gran amor: vulnerables, inseguros y con un pellizco que nos deja poco margen para buscar la frase correcta, la palabra exacta o la pregunta indiscreta.

Afortunadamente, este texto no es una entrevista, porque, de estar este periodista en lo cierto, se trataría de una de las peores de la historia.

Las primeras personas en las que uno piensa cuando se queda huérfano dicen mucho de nuestra existencia y de nuestros pilares emocionales. Esto también se da en la “orfandad” musical. Cuando perdemos al artista que ha puesto banda sonora a muchos momentos de nuestra vida, las primeras personas que vienen a nuestra mente también dicen mucho de nosotros mismos y de nuestro recorrido en este mundo. Supongo que, por eso, cuando esta mañana he amanecido con la noticia de que Robe Iniesta, exlíder de Extremoduro y poeta del caos, había muerto, el primer mensaje ha ido a parar al teléfono de mi hermano. Y mis pensamientos han naufragado hacia todos aquellos que me acompañaron, a veces sin saberlo, en tantas y tantas horas escuchando a este autor de Plasencia. Mi refugio emocional ante los desengaños, mi compañero de baile en las (muchas) tardes y noches de nostalgia y el culpable de hacerme bailar como una puta loca.

Te has ido por la vereda de la puerta de atrás, sin hacer ruido. Tanto es así que aún no nos lo creemos. ¿Quién va a ponerle palabras ahora a nuestros desastres emocionales? A nuestros desencuentros con el corazón, a nuestras reconciliaciones con el amor…

El día que anunciaste que suspendías la última gira con Extremoduro, como saben mis buenos amigos, dejé de escuchar tus discos en solitario y no firmé la paz contigo hasta Nada que perder. Y menos mal que lo hice. Regresé como el hijo pródigo, a tiempo. Tú estabas esperando pacientemente mi vuelta y yo no pude resistirme a aquella sentencia: "Volvería solo por amor, si acaso fuera necesario". Y así lo hice. Como siempre.

Ahora me alegro un poco más de que mis trayectos a la Facultad de Comunicación en aquel C2 fueran interminables. Como tus canciones. Así podía escucharlas mientras miraba por la ventana del autobús y me recreaba en mis pensamientos, pero sobre todo en mis sentimientos. Y es que ese es el poder del arte. En un mundo en el que todo es artificial, hasta la inteligencia, el arte es lo único que nos recuerda que "vivir no es solo respirar".

Volviendo a mi hermano, solo espero que algún día me recuerde, con una sonrisa, a través de tus canciones. Fuiste su primer concierto, con 14 añitos, y esta que hoy te escribe, la misma que hoy le anunciaba tu adiós, fue quien le llevó.

Hasta pronto, Robe. Que la tierra te sea leve, aunque tú siempre fuiste más de volar.

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