Sevilla no se despide de ti, Sabina
Conciertos
El cantautor inauguró un nuevo ciclo de Noches de la Maestranza con un emocionante concierto en el que repasó buena parte de su trayectoria
El concierto de Joaquín Sabina en la Plaza de la Maestranza de Sevilla, en imágenes
Son muchas las posibilidades que Joaquín Sabina nos ofrece a la hora de inaugurar una crónica. Quizá porque él, todo él, es la crónica de un país y de un tiempo. Tú miras a Joaquín Sabina y tienes hecha la crónica -la sombra literaria de un hecho-. Tú miras a este hombre, con su cuerpo de farola encendida en la calle muda, y ya tienes abierta la puerta de una página en los periódicos.
Son muchas las posibilidades que nos permite Sabina para inaugurar la crónica, al igual que son muchos los méritos que se podrían apuntar de este cantautor -de este letrista mayor-. De todos, quizá el más admirable, sea el de haber logrado una carrera que ponga de acuerdo a un país construido en la discordia -al menos así lo creía Jaime Gil de Biedma-. Joaquín Sabina ha conseguido un hito en esta España de la confrontación y de las inquinas: levantar el aplauso de gente convencida de que debe negarte el elogio.
Público por tanto heterogéneo, de aquí y de allá, encuentro de todas las Españas, en este primer concierto de Joaquín Sabina en Sevilla -primera cita del nuevo ciclo de Noches de la Maestranza-. "Pisar el albero de la Maestranza es una cosa mágica y muy emocionante", confesó el cantautor, vestido con camisa de lunares flamencos, pantalón pitillo, sombrero, gafas oscuras. Esa estética a la que nos acostumbra Joaquín Sabina desde hace décadas. Esa atractiva fórmula del dandy carismático y melancólico; un poco personaje de una novela Cansinos Assens, otro poco del adolescente que todos hemos sido -ese adolescente que creíamos único-.
Interpretó el cantautor la extraordinaria Ahora que..., de su extraordinario álbum 19 días y 500 noches. Métricas servidas en el mantel de la anáfora -recurso tan habitual en las canciones de Sabina- y del ingenio expresivo. Esa materia literaria que ha hecho de Joaquín Sabina algo más que un cantautor con aliño indumentario de poeta.
Sobrecogedora la letra de Calle Melancolía, -otra imprescindible de Sabina- coreada por el público de Sevilla. Recordamos entonces años de barbas nazarenas, ortodoxias marxistas, comprensibles ingenuidades, cenicero con colillas en la habitación, minúsculo sótano de La Mandrágora. Y de ahí a 19 días y 500 noches. Del Sabina del exilio, y del Madrid setentero y virgen, a ese otro de las entrevistas en las televisiones, conciertos en La Bombonera, sobran motivos para los discos de oro, boulevard de los sueños rotos en un piso de Tirso de Molina.
En la noche hubo homenaje a la copla andaluza y a María Jiménez -en la voz de Mara Barros-, y también un inadvertido recuerdo a Cernuda al interpretar la formidable Donde habita el olvido -verso que proviene de un poema de Bécquer-. Se mantuvo la altura de la emoción con La canción más hermosa del mundo o Peces de ciudad -otra letra espléndida-. Una emoción sosegada y sin estridencias. Una emoción sin más complementos que la propia emoción; es decir, una emoción poco habitual en estos años de exhibicionismo sentimental. Ya sea en los discursos de la aburrida política o en los post de tus sobrinos en Instagram.
Se despide don Joaquín de los escenarios con una gira en la que nadie parece querer decir adiós. Con una gira en la que queda ese ambiente de la penúltima y para casa. Ese ambiente el que se entonan la canción popular y la letra amarga. Ese ambiente en el que siempre nos dan la una, las dos y las tres.
También te puede interesar
Lo último