Simon Sebag Montefiore. Historiador

“Imponer la ideología en la Historia es un error tremendo”

  • El autor británico publica 'El mundo', una obra monumental en la que repasa el rumbo de la humanidad centrándose en el ámbito de las familias

El historiador Simon Sebag Montefiore, fotografiado hace unas semanas en el Hotel Alfonso XIII de Sevilla.

El historiador Simon Sebag Montefiore, fotografiado hace unas semanas en el Hotel Alfonso XIII de Sevilla. / Juan Carlos Vázquez

Las huellas de un varón y cuatro niños halladas en 2013 en un pueblo al este de Inglaterra, las más antiguas encontradas de una familia, le inspiraron a Simon Sebag Montefiore (Londres, 1965) el enfoque de su último libro. El autor de obras como Llamadme Stalin o Los Románov, ganador del British Book Award o el LA Times Book Prize, regresa con El mundo. Una historia de familias (Crítica), en el que repasa el rumbo tomado por la humanidad a lo largo de casi 1500 páginas haciendo hincapié en los lazos de sangre y el ámbito doméstico; en el amor, el odio, la codicia y la deslealtad que movieron los corazones de grandes gobernantes y modestos sirvientes, de tribus remotas y pueblos nómadas, de artistas y escritores. Una propuesta monumental en la que resume "toda una vida de lecturas" y sobre la que conversó con este periódico en una visita a Sevilla.

–Familia, dice, es sinónimo de bienestar, pero también escenario de conflicto y de crueldad. Una familia lo encierra todo...  

–Es cierto. La idea era bastante simple. La mayor parte de las Historias universales se cuentan a mucha distancia de la intimidad de las personas. Esos trabajos hablan de las rutas comerciales, los movimientos políticos, y yo quería encontrar una forma de narrar que combinase el acercamiento a la Historia mundial con el corazón que tienen las biografías, algo que mostrase también la continuidad de la vida humana. Me surgió esta idea, que como ocurre a menudo con las buenas ideas era sorprendentemente sencilla. Esta fórmula me permitía hablar de lo que les pasaba a hombres y mujeres en sus vidas, pero también podía tratar así grandes reinos. Todo el mundo tiene una familia; incluso los gobernantes que despreciaron a la suya, como Hitler y Stalin, eran producto de una. En esta mirada, además, había más espacio para las mujeres, las grandes olvidadas de la Historia.

–Defiende que la historiografía vive un momento muy interesante, en el que se amplía el punto de vista a los márgenes del relato que se ha contado hasta ahora: a las mujeres, pero también a Asia y a África... 

–Sí, y yo me dije desde el primer día que trataría a las familias de los zulúes, o de los egipcios, o las de los esclavos de los EE UU, exactamente del mismo modo que a una dinastía china o al reinado de los Austrias en España. Creo que esto no se había hecho anteriormente. Por cierto, no es casualidad que mencione a los Austrias: España sale mucho en el libro.

"Todo el mundo tiene una familia. Hasta los gobernantes que despreciaron la suya son el producto de una”

–Usted describe las penurias que sufrió Sima Qian, un historiador chino acusado de difamar al emperador, que eligió la castración antes que ser ejecutado, para poder terminar su libro. Todo un símbolo de la pasión con que algunos viven su oficio.  

–Y es un símbolo también del peligro que supone dedicarse a esto, de cómo ser historiador puede ser una profesión letal. No ocurre en España ahora, ni en Reino Unido, pero en China, en Rusia, en Irán sigue siendo una dedicación muy peligrosa. Sima Qian fue una inspiración, por eso de que eligió la castración para poder terminar el libro. Yo habría hecho lo mismo... pero puede decirle a todos los lectores que he finalizado la escritura intacto [ríe].

–Aprendemos de Calígula que uno se puede burlar de quien quiera, pero nunca de sus guardaespaldas.

–Sí, no es una actitud muy sabia [ríe]. Y tampoco hay que burlarse de los médicos. Una de las cosas más divertidas para mí, ya que hablamos de Roma, fue retratar a los emperadores españoles. Es curioso que los más importantes fueran de aquí, Trajano, Adriano y Marco Aurelio. Estuve en Itálica, cuna de emperadores, porque la visitamos gracias a un programa que hice para la BBC sobre España. Este país es una maravilla para un historiador: Al-Ándalus, la casa de Trastámara, la Reconquista, los Austrias...

Portada de 'El mundo'. Portada de 'El mundo'.

Portada de 'El mundo'. / D. S.

–Por las páginas del libro asoman Cristóbal Colón y Bartolomé de las Casas. Pero usted no carga las tintas en la leyenda negra española...

–Uno de los propósitos que me marqué con este libro es destruir todas las leyendas negras. Tradicionalmente, así se ha relatado, había una Historia con unos buenos y unos malos. Si analizas el pasado de España, pero también de Inglaterra o de Estados Unidos, frecuentemente se ha recreado con cierto maniqueísmo. Para mí, los Reyes Católicos y Cristóbal Colón son figuras admirables que también hicieron cosas terribles, porque el ser humano es complejo y responde además al momento en el que vive. Y lo mismo ocurre en mi país, con héroes nacionales como Francis Drake, Walter Raleigh... Rechazo el modo en que se santificó a estas personas, pero también los mitos, las relecturas que se están escribiendo ahora desde una visión de la Historia más progresista, algo que me parece igualmente negativo. Cualquier intento de imponer la ideología en la Historia es un error. Yo lucho contra ello en este libro. Por eso no aparece la leyenda negra española. Por cierto, hay una corriente de historiadores ingleses que está intentando crear también una leyenda negra para el propio Imperio Británico, y esto también supone una distorsión, yo no quiero caer en eso. Le pongo un ejemplo: los autores de mi país cuentan la derrota de la Armada invencible desde el punto de vista de Isabel I, pero esta obra revive ese episodio desde el punto de vista de Felipe II. Lo hice de forma deliberada, para darle la vuelta a la tradición de los historiadores británicos.

Simon Sebag Montefiore. Simon Sebag Montefiore.

Simon Sebag Montefiore. / Juan Carlos Vázquez

–En El mundo señala la paradoja de que en un tiempo "tan machista" como el de María Antonieta y de Catalina la Grande había "más mujeres gobernantes que en el siglo XXI".

–Esto se debe en parte a la naturaleza de las dinastías, de las familias. El libro está lleno de mujeres que lucharon por el poder, como la emperatriz Wu o Cleopatra, y la conclusión a la que llego con ellas es que hombres y mujeres son muy similares, en el fondo. En el poder son igual de brillantes, incompetentes, viciosos, los unos y las otras. Isabel la Católica, o Catalina la Grande, son figuras apasionantes, ejemplos de la calidad de algunas mujeres que gobernaron. Pero hubo otras que fueron ineptas o inmorales, como la emperatriz Ana, que disfrutaba con los combates de enanos...

–De Mesalina, por ejemplo, se dice que ganó una competición de resistencia sexual y poseyó a 25 hombres en 24 horas.

–Parece que era muy aventurera, sí. Hoy sería una swinger [una persona aficionada al intercambio de parejas]. Pero su error real fue montar un golpe de Estado contra su marido, Claudio.

–Durante la peste negra la gente dejó las ciudades pensando que el campo sería más saludable. Sucedió lo mismo siglos después con el coronavirus. Quizás la historia del hombre no es más que una constante repetición.

–Sí, y especialmente en las epidemias, que son pruebas increíbles de la capacidad de los gobiernos y las sociedades. Yo no podría haber escrito un proyecto como este, tan ambicioso, si el coronavirus y el confinamiento no nos hubiesen parado. En otras circunstancias no sé si habría podido terminarlo.

"Me propuse tratar por igual a una familia de zulúes, o de egipcios, que a una dinastía china o a los Austrias”

–Bolívar representa bien esa complejidad del alma humana de la que hablaba antes: es un estratega astuto, pero a veces también un iluminado, casi un truhan...

–Es que Bolívar fue muchas cosas, es un personaje extraordinario porque provenía de la más alta aristocracia criolla y renunció a todo. Pero por supuesto, como muchos otros grandes hombres, se comportó también como un maníaco, un ególatra, un ligón vanidoso. No es ninguna sorpresa que estos personajes murieran jóvenes, porque vivieron muy intensamente. Conquistaron continentes y tuvieron historias sentimentales ajetreadas.

–En su reconstrucción de la historia del mundo deja también un espacio destacado a escritores, músicos, artistas, entre ellos Velázquez, Shakespeare, Lord Byron, Bernini, Artemisia Gentileschi o Mozart.

–Sí, porque ellos existían dentro de unos sistemas políticos, crearon esas obras fabulosas gracias al poder. Es interesante cómo Rubens o Velázquez, dos pintores geniales que han pasado a la posteridad, se veían a sí mismos más como cortesanos, sus ambiciones pasaban por ser miembros de la nobleza, lo que les movía era subir dentro de la jerarquía de palacio. Goya es otro pintor fascinante que sobrevivió como artista gracias a la Corona.

–Usted alerta en el prólogo de cómo se está reescribiendo la Historia en Twitter y otras redes sociales.

–Twitter es una cacofonía de imbéciles que lanzan sus opiniones sin fundamento, proyecta esa impresión, pero al mismo tiempo es una plaza pública, es un café lleno de personas, que pueden ser pensadores, expertos, científicos, que te ofrecen respuestas sólidas sobre un tema en el que tengas dudas, una materia sobre la que quieras aprender. Allí puedes encontrar los mejores amigos y los enemigos más violentos.

"Rubens y Velázquez, grandísimos pintores, se preocupaban más por su estatus en la Corte que por su obra”

–Ha dedicado parte de su carrera a estudiar a los líderes rusos, ha publicado biografías de Catalina la Grande, los Romanov, Stalin...

–Sí, es así, he invertido mucho tiempo...

–...Y define la invasión de Ucrania como el fin de una era. ¿Qué nos espera ahora?

–Un juego diferente, en el que las reglas han cambiado. Está la necesidad de intentar averiguar cómo vivir con internet, con los datos, con la inteligencia artificial, lo que supone un gran reto para los gobiernos y las empresas, pero también para nosotros como ciudadanos. La tecnología y la economía cambian cómo se conforman las familias, todas estas transformaciones a las que estamos asistiendo acabarán afectando a la forma en que entendemos nuestras vidas. Otro elemento interesante es el surgimiento de nuevos poderes. El orden mundial no se va a limitar a la tensión entre EE UU y China, a un espectáculo en el que presuman con la proliferación nuclear. Debería existir una megapotencia africana, que tendría que ser Nigeria, pero parece dudoso que su gobierno sea lo suficientemente fuerte; India va a ser el mayor país de la Tierra y contará en este mapa global mientras las cosas no se tuerzan internamente. En el mundo del futuro próximo va a haber muchos más actores, como Indonesia o Arabia Saudí, así que es un juego mucho más complejo, con más participantes y más desafíos, al que nos enfrentamos.

–Quería terminar con una pregunta personal. En El mundo revela cómo su padre le dejó, siendo usted un niño, un libro de Historia y le dijo: "Quizás un día escribirás algo como esto". ¿Pudo ver su padre su triunfo?

–Sí, lo vio. Mi padre era médico general y psiquiatra, y disfrutaba leyendo Historia. De joven, yo venía de estar en la calle y me lo encontraba leyendo, porque odiaba irse a la cama, y nos poníamos a debatir sobre Historia y sobre política. Y mi madre era novelista y una editora muy buena. Ambos editaron mis primeros libros, de modo que conocieron mi trabajo. Los dos murieron poco antes del Covid, así que nunca vieron El mundo. Pero mi madre era la típica madre judía, me decía: "Devuelve el dinero, es un reto demasiado agobiante escribir la historia del mundo, dormir es más importante. No lo escribas". Obviamente [y señala el voluminoso libro mientras habla] no le hice mucho caso...

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