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Crítica de Música

El sonido post-'hipster'

Hay mucha autenticidad escondida tímidamente tras el disonante noise-punk de Blacklisters. Y su concierto fue un genuino manifiesto. Fueron crudos y agresivos, con elementos del hardcore por allí, algo de rock por allá, una buena dosis de grunge; meandros entre ese tipo de sonidos, depravados, morbosamente fascinantes. Dieron una visceral lección de realidad preñada de veracidad y lealtad al punk. Se mostraron como honrados obreros, apasionados por su trabajo, sencillos y autosuficientes.

Abrieron con Swords, una canción de su disco de hace seis años que marcaría el tono para el resto de la noche: un riff de guitarra atascado en dos notas que se repetía una y otra vez mientras el bajo se movía con acierto acompañando junto a la batería los desvaríos sonoros y los gritos de Mason Wood; ruido, mucho ruido, ruido glorioso, del que nunca quieres que se termine. Dart, la canción que da título a su obra más reciente, estaba llena de intensidad, vibración e inteligencia; una voz y una guitarra que levantaban paredes estridentes con un ligero aire a los Sonic Youth de la primera época. Luego Cash Cow, construida con ritmos vertiginosos cortados de golpe, como el que reduce una marcha y vuelve a pisar el acelerador, y eran tan salvajes como los Minor Threat. Y continuaron con The Sadness of Axel Rose, con Code Shame, con Sports Drinks...

Hay quien sostiene que propuestas como ésta no son rock 'n' roll, pero precisamente es eso mismo: subversión, radicalismo. Quizás se pueda calificar con adjetivos intelectuales, pero si esto no es punk puro y duro que venga Dios y lo vea. Blacklisters vinieron a tocar a cara descubierta, con un sonido impactante, medido, sobrio. Tan convincentes y creíbles como inmediatos y sencillos.

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