Vanesa Martín convierte la Maestranza en un hogar de emociones
NOCHES DE LA MAESTRANZA
Con un directo íntimo y potente, la cantante convirtió la Maestranza en un refugio de luz y complicidad. Desde los éxitos que marcaron su carrera hasta las nuevas canciones de su último disco, la noche se llenó de emoción y magia compartida
Sevilla volvió a abrir sus brazos a Vanesa Martín bajo un cielo que aún conservaba los últimos destellos dorados de un septiembre que acariciaba suavemente la ciudad. La Maestranza, con su escenario instalado en la arena y rodeada por el público que ocupaba todo el aforo disponible, de algo más de media plaza, en un amplio ángulo que abarcaba tendidos más allá de las filas de sillas, se transformó en un hogar de luz y música, lista para recibir Casa mía, el noveno disco de la artista y quizá el más libre de su carrera; un viaje hacia dentro y hacia todo, donde se abrazan las heridas y se levantan nuevas esperanzas; un hogar que Vanesa ha construido canción a canción. Allí caben la libertad, la ternura, la vulnerabilidad y la rebeldía, en un espacio donde cada uno puede ser como quiere, donde la sensibilidad se comparte y la música guía cada emoción.
Pasadas las 21:30 horas, Vanesa Martín dejó ver la sutileza de su elegancia, mientras las luces acariciaban suavemente la plaza y la arena. Desde el primer acorde se adueñó del espacio con un torbellino de energía que envolvía a cada espectador. La sincronía entre tendidos y primeras filas de sillas era perfecta; aplausos, palmas y exclamaciones de admiración se unían en un latido colectivo. Voy a hacer que os suden el corazón y la camiseta, nos dijo. Con cada tema, la artista condujo a los presentes por su universo, invitándolos a dejarse llevar y a formar parte de ese hogar colectivo que respiraba con ellos.
El repertorio fue un viaje emocional de dos horas y cuarto que desplegó su riqueza con precisión y sentimiento, trazado con mimo como un mapa de la memoria y del presente. Tras arrancar con la intensidad de Hábito de ti, siguió con De tus ojos en un arranque que funcionó como declaración de intenciones, entre la melancolía y la energía, para ir hilando tras ellas canciones de su nuevo trabajo: Besos y descuidos, con su aire confesional que iba ganando fuerza en el estribillo; 60s, cargada de ritmo y de un brillo juguetón que arrancó sonrisas; la bachata inesperada de Objetos perdidos, que le dio a la Maestranza un vaivén sensual; más tarde también apreciamos la fuerza de Lobos y la atmósfera densa de Borgoña, lo expansiva que es Tenemos universo de sobra; en Me sucedes, la equivocación inicial -comenzó a cantar por la segunda estrofa- se transformó en un instante de comunión con el público, que la animó entre risas y aplausos, y la canción renació con más ternura aún cuando volvió a empezar. La profundidad de Intimidad, abierta en su crescendo, y He sido llegaron ya en las postrimerías. Junto a ellas, los himnos imprescindibles de su trayectoria: Complicidad, Polvo de mariposas, con el grito que hizo levantar a toda la gente de sus asientos, enfervorecida; Te has perdido quien soy, Frenar enero, El nudo, que fue un suspiro atrapado en la garganta, o No te pude retener. Hubo medleys que encendieron al público: Sintiéndonos, encadenado a Inmunes; luego 90 minutos, fruto de su complicidad con India Martínez, la unió a Arráncame; entre los dos popurrís,Tiempo real trajo un pulso más eléctrico, casi inmediato, con cada palabra siendo un fogonazo que iluminaba la plaza durante unos segundos. No nos supimos querer la interpretó Vanesa a dúo con Sabina desde la pantalla, cada uno con un tempo distinto, pero los dos convertidos en un mismo hilo de recuerdos compartidos. Hubo momentos de recogimiento y otros de pura celebración colectiva; la cercanía de Vanesa se hizo aún más palpable mientras se movía con gracia por el escenario, recorriendo su espacio como quien abre cada habitación de su propia casa, dejando que su energía fluyera entre las sillas y tendidos, abrazando la plaza entera con gestos amplios y naturales, construyendo con cada paso un camino invisible que conectaba a todos los presentes.
El tramo final fue un estallido de energía y sensibilidad que comenzó con …y vuelo, en la que bajó un instante la guardia y dejó que la emoción se desbordara entre versos que sonaron como una declaración de libertad, desatando una de las mayores ovaciones de la noche; luego se fundieron la rabia y la ternura en Sin saber por qué, siguieron las dos que mencioné antes del nuevo disco, Intimidad y He sido, para que Aún no te has ido, retumbase como un grito colectivo de resistencia y Cómo te digo, cerrase la noche entre coros emocionados y miradas encendidas. La brisa fresca de septiembre acariciaba la Maestranza mientras el público coreaba, lloraba y celebraba a un tiempo, atrapado en la magia de un directo que no solo se escucha, sino que se vive y se respira.
Uno de los secretos de esa intensidad estuvo en la banda que la acompaña, casi en bloque renovada respecto a la vez anterior que estuvo en esta Maestranza, y que anoche mostró un empaste poderoso, lleno de energía y matices. A la cabeza sigue Alberto Miras, al piano y en la dirección musical, marcando el pulso y el color de cada atmósfera, equilibrando la emoción. Juande Nadal sostuvo cada latido con firmeza en el bajo, mientras Richi Palacín y Juanma Montoya desplegaban guitarras que ardían en intensidad o remarcaban los pasajes más delicados. La percusión de Francis Martín y la batería vibrante de Raphaela Ratachenko “RaTache” imprimieron nervio y pegada a cada compás, mientras el saxo de Carlos Sagaste añadía un aire nuevo, elegante y lleno de alma. Juntos formaron un cuerpo sonoro sólido, de músculo y sutileza, que arropó a Vanesa con una fuerza distinta, dándole a su directo un aire renovado y aún más contundente.
La noche reservaba, además, un invitado sorpresa. De pronto, apareció en escena Fernando Iglesias “Mae”, con su guitarra flamenca, para acompañar a Vanesa en dos momentos inolvidables; primero una estremecedora versión de En carne viva, la joya que Manuel Alejandro escribió para Raphael, después la canción que da nombre al disco, Casa mía, con eco flamenco, por sevillanas; la hondura de Mae y la voz de Vanesa fundieron tradición y presente en un cruce vibrante que puso a la Maestranza en pie.
Más allá de la música, lo que llenó la plaza fue la complicidad. Vanesa se dirigió al público con cercanía, recorrió con la voz y los gestos cada rincón del coso, y la respuesta fue un aluvión constante de versos coreados, palmas y gritos de emoción. Sevilla escuchaba, pero también cantaba; era espectadora, pero también protagonista. La Maestranza se convirtió así en un hogar compartido donde las canciones eran llaves que abrían recuerdos y sueños en común. La música terminó, pero en la plaza quedó latiendo la certeza de que Sevilla siempre será parte de su casa.
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